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El abuelo Gus

La ciudad de Sevilla, en cuanto a poetas, puede servirse a la carta: Fernando de Herrera, Andrés Fernández de Andrada, Antonio y Manuel Machado, Luis Cernuda, por mencionar tan sólo unos cuantos nombres extraordinarios. Y claro está, Gustavo Adolfo Bécquer: el abuelo Gus de todos los lectores y poetas españoles posteriores al siglo xix.

Esta semana, se le ha dedicado a Bécquer en Sevilla un encuentro de críticos, poetas y lectores: «Bécquer en el recuerdo». Me parece que el orgullo cultural justificado constituye uno de los rasgos más profundos de civilización. Si una ciudad, un país, no aprecian a sus grandes poetas, pintores, novelistas, filósofos, no se aprecian a sí mismos. El español suele ser un individuo que necesita, para apreciar algo propio, que lo hayan puesto antes por las nubes en Maguncia.

El destino de Bécquer resulta paradójico. El arquetipo popular del poeta, en lo que algunos denominan «el imaginario colectivo», es el del personaje romántico, azucarado con algunas cucharadas de vaguedades sentimentales: el poeta entendido como un fracasado bohemio, tuberculoso por lo general, fumador de opio, víctima de amores malogrados, visitador de cementerios en la noche, y, a ser posible, joven suicida. Bécquer cumple con algunos requisitos de ese lugar común: su vida amorosa fue desdichada, apenas fue conocido en vida como poeta, tuvo que dedicarse a la escritura alimentaria en los periódicos, murió de tuberculosis a los treinta y seis años.

Sin embargo, para la posteridad crítica, Bécquer es el mejor poeta del siglo xix español, porque escapa a su propia época, el Romanticismo. Luis Cernuda, en sus Estudios sobre poesía española contemporánea (un libro tan lleno de intuiciones inspiradas como de juicios gratuitos y maniáticos), afirma que Bécquer no es ni neoclásico ni romántico, porque es «moderno».

En la relectura que he vuelto a hacer de la obra de Bécquer, para participar en el encuentro sevillano, me he preguntado si esa afirmación de Cernuda es cierta a día de hoy. ¿Sonaba Bécquer en 1957 a moderno y sigue sonando hoy? El «sonido» de un poeta no es un asunto muy científico: depende del oído de cada cual, de sus gustos, de sus inclinaciones lectoras.

Creo que Bécquer es, a secas, para mis inclinaciones, mis gustos y mi oído, el mejor poeta español del siglo xix (junto con Espronceda y algunos de los modernistas tempranos, como Salvador Rueda o Ricardo Gil), un romántico tardío (pero un romántico), un poeta que apunta algunas veces lo que la mayor parte de la poesía moderna tomará como divisa (la sequedad, la brevedad, la minilocuencia como reacción contra la grandilocuencia, un cierto coloquialismo). Ahora bien, Bécquer es un poeta de su tiempo, que también debemos leer con generosidad y perspectiva histórica, para considerarlo un contemporáneo. Es un espléndido poeta, pero no creo que le beneficie del todo el apetito de algunos por querer convertirlo en un estricto poeta moderno.

Bécquer -cuya visión del amor y del mundo resulta más amarga de lo que suele interpretar el público despistado- constituye una obligación para los buenos lectores de poesía española, para los escritores de nuestra lengua. Es uno de los nuestros. Uno de la familia, claro, pero es nuestro abuelo. El querido abuelo Gus.

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