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Ya vienen los Reyes

Ya vienen los Reyes con el aguinaldo y hasta a Consuelo le trajeron algo (popular).

Primero llegó Melchor y le regaló a Consuelo el Consorcio. El Consorcio era un juguete, un entretenimiento, una entelequia, de la que no se entiende ni el nombre, que servía para enviar de vacaciones a los artistas valencianos de la clec por toda Subamérica ecuatorial, tropical y encima austral.

Se les facturaba a Subamérica porque hacerlo por Europa o USA no iba a poder ser. A algunos de ellos en vez de a museos los hubieran derivado al mercadillo del domingo, a la Oktober Fest o algo peor. Bueno, lo mejor fue que Consuelo se divirtió un montón con su juguete y los artistas, oye, pues tampoco lo pasaron mal. A gastos pagados, ya me dirás. A todo eso los consejeros delegados le llaman fidelizar.

Igual que de niños, desagradecidos y tornadizos como somos, arrinconábamos el camioncito del butano cuando los Reyes nos traían el tren eléctrico, al llegar nuevos regalos, el Consorcio comenzó a aburrir a Consuelo, hasta que, ya sabes -o tempora, o mores, o res publica- se le buscó acomodo a la entelequia, con lo cual ahora es una entelequia mensurable en longitud y volumen (de humo). Pues lo que a mi me parece es que el Centre del Carme debería revertir al IVAM, de donde nunca debió salir, así como su presupuesto (y nóminas). No creo que vayamos a tener oportunidad de ver allí exposiciones como las de Leiro, Fischli and Weiss, Barceló, Allan McCollum u otros de tanta importancia. Doble presupuesto, doble personal, mitad de calidad.

Consuelo apartó el primer juguete cuando llegó Gaspar. Y no traía incienso para hacer sahumerios, sino la primera bienal intergaláctica del orbe que en un año iba a lograr dejar chiquita a la Bienal de Venecia (ojo), o esto proclamaba un sinvergüenza que atendía por Settembrini y que medía la importancia del arte en «impactos». Cuantos más patitos derribaba Settembrini en aquella barraca de feria, más impactos lograba y más y más se acercaba al record de Mario y Luigi, también italianos, también fontaneros. Settembrini, un señor diminuto, y como mucha gente menuda, muy chulito y con una leche de hormiga, se presentó en la redacción de este diario a montar el cristo por una columna mía, hubo otro chiquitín que por lo mismo aún llegó más allá: pretendía que me despidieran.

En la Ridícula Bienal se podían ver cosas como unas urnas de metacrilato llenadas por un tal Wilson (o Winston o Marlboro, yo qué sé) director de ópera, que por lo visto como la ópera es la obra total, total, que más dará, y las llenaba, digo, de cepillos de dientes (usados), de chicles de colores (usados) y otras gorrinadas. Y bien, la Bienal presentaba otras mamarrachadas semejantes, eso sí, muy contemporáneas, y el arte también destacaba pero por su escasez.

También intervino en aquel evento otro sinvergüenza, también italiano, Achille Bonito Oliva, inventor del fiasco de la Transvanguardia, próximamente en esta columna. Y Baltasar, trajo a Consuelo el tercer juguete, comparable a los Juegos Reunidos Geyper: el IVAM. De la emoción Consuelo trastocó los juegos, mezcló la Ruleta con la Oca y el juego de la Escalera con el Parchís, encima añadió por su cuenta los Chinos y armó tal lío, que deben de haber oído, que veremos en qué acaba todo esto.

De otro lado, los Reyes se volvieron a Oriente cariacontecidos, aunque sus peinados eran muy historiados, no podían competir.

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