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La ventana de Rovira

El poeta catalán Pere Rovira ha publicado un diario de quinientas páginas que se titula La finestra de Vermeer, en la editorial Proa. La alusión al pintor constituye una declaración de intenciones: así como en los cuadros de Johannes Vermeer existe a menudo una ventana cuya luz esclarece la escena, en sentido físico y también simbólico, él aspira a proyectar la luz de la conciencia sobre los acontecimientos de su vida, durante un año.

La luz, las luces, la lucidez, las iluminaciones de un escritor son un asunto importante: de los fenómenos lumínicos depende, a menudo, la importancia de la literatura. Hay quien sabe ver y quien sabe hacernos ver, porque posee la necesaria claridad de la inteligencia. Pere Rovira hace de la precisión, del sentido del humor, de la búsqueda de una distancia afectiva ecuánime con la experiencia, de la confesión razonable, la luz mediante la cual nos permite asomarnos a su intimidad.

El escritor nos cuenta lo que ve, lo que piensa acerca de lo que ve, lo que come, lo que siente gracias a lo que come, lo que lee, lo que considera sobre lo que lee, lo que lo aflige (y apenas presta atención a las amenazas que lo afligen), la música que escucha, el lugar adonde lo transportan cuando escucha música, lo que bebe, lo que ya no bebe, lo que ama, lo que ya no ama. Rovira nos habla de caza, de poesía, de manitas de cerdo y callos picantes, del paso del tiempo, de escritores a quienes ha conocido, de películas que ha visto. Las enormes minucias de una vida.

El espíritu de Rovira debe algo al espíritu diarista de Josep Pla, a su prosa vacunada contra la grandilocuencia, enemiga de los malabarismos, asentada en la realidad sensualista. Pero se lo debe por la misma razón por la que se lo deben todos los escritores posteriores a Pla que lo hayan leído: es un maestro del sentido común, esa alucinación del pensamiento. Sin embargo, La finestra de Vermeer me parece mejor que El quadern gris: más cuajado, más ameno, más rico de un personaje cuya humanidad destella.

(Soy devoto de Josep Pla, que conste, pero prefiero el Pla de Notes per a Silvia, de sus Homenots, de sus crónicas viajeras, de Els pagesos, e imagino que, para muchos, el acto de afirmar que hay algún diario mejor que el mitológico El quadern gris, elevado desde hace tiempo a una suerte de hagiográfica consideración nacional, resulte una herejía.)

En los cuadros de Vermeer sucede la vida cotidiana -la exterior, y, sobre todo, la interior-, y ocurre con un espíritu amable, agradecido para con el mundo, satisfecho por el milagro de suceder. Creo que ese vitalismo de fondo es el que emana de las páginas de Pere Rovira, y uno sale de su lectura como sale de los grandes libros: con una sonrisa en la boca, con ganas de regresar con más fuerzas a la vida, con apetito de realidad. Con agradecimiento hacia el autor.

La literatura catalana suele ser proverbialmente cainita. Imagino que tardará en reconocer la grandeza de este diario. También le sucedió a Pla. Yo ya los he puesto uno al lado del otro.

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