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Escribir con sangre

Escribir con sangre

Un escritor se abre en canal y su franqueza desarma. Una arqueología del acontecer de sus días y noches. Una deconstrucción del yo a partir de la puntual observación de lo impredecible, lo casual, lo insignificante, lo nimio. Despojarse del pasado, contándolo, y quedar de esa manera libre para siempre de los malos rollos. Y sin embargo, pese a los afanes del diarista, el pasado y el presente se funden y forman un círculo incesante y arrollador; es el crisol de una escritura mordaz, sarcástica, irónica, descreída y humorística.

Es el estilo inconfundible del escritor Ignacio Carrión (San Sebastián, 1938), que con esta cuarta entrega de sus diarios abarca una década de su existencia y la de su país. Porque el autor no se limita a contar sus cuitas diarias -pasear a su querido perro Blue o dar un beso apasionado a su inseparable esposa- sino que inscribe toda una constelación de comentarios políticos, históricos, y al tiempo, despliega su sofisticada batería de gustos estéticos, artísticos y literarios.

Es la ventaja que da escribir un diario, se puede hablar de todo un poco. Así, el libro de Carrión es una suerte de vademécum de los eventos que han marcado no solo la vida del autor sino las nuestras, testigos atónitos de los últimos años del laberinto español.

En esta ocasión es la ciudad de Valencia, sus paisajes, calles, plazas y paisanajes, la protagonista principal de la antropofagia de Carrión, de su insaciable voracidad por escribir lo que ve y siente, sin filigranas prosísticas ni rodeos. Un libro que es la cumbre de su brillante estilo, y de su capacidad de observación y penetración literarias.

No escribe el autor de Cruzar el Danubio para la posteridad, sino para sí mismo, exactamente como uno de sus novelistas fetiche, Franz Kafka. Un periodista sin muchas servidumbres que avivar, despojado para siempre de la autocensura, así que se permite el lujo de no dejar títere con cabeza.

Y se le puede aplicar lo que escribe el traductor Hernández Arias sobre el escritor checo: «En Kafka se cumple el mandamiento nietzschiano de ´escribir con sangre´. Todo lo que obstruía o impedía su dedicación plena a la literatura fue considerado un estorbo. Kafka consideraba la literatura como su forma de existencia natural€» (*). Así Ignacio Carrión, grafómano ilustrado que nos lleva por las calles de Valencia, desde que aterrizó en ella de nuevo, tras su exilio profesional, hasta el año pasado, días antes de tener que internarse en lo que llamó «el hotel IVO», para combatir un cáncer sorpresa.

Y ese final con suspense, la historia se interrumpe en diciembre de 2015 (el escritor, por fortuna, se encuentra tras ardua lucha, fuera de peligro y en su casa) no es más que la culminación de sus reflexiones sobre la enfermedad, la muerte y la vejez. Como un discurso magistral frente a sus contemporáneos, sin duda y una vez más, un ajuste de cuentas. Pero eso es una ilusión, Carrión se engaña a sí mismo de nuevo, con su pesimismo de veterano de vuelta de todo, a postas, pues sabe en el fondo que continuará escribiendo hasta el final. Ese oficio endiablado€

«Nada me presiona a escribir o no escribir. De manera que ahora puedo decir que escribo por gusto, porque quiero, para leer escribiendo lo que pienso. Esto es, un juego de palabras interminable, incompleto y totalmente inútil».

Liberado de las ataduras del periodista, que siempre debe ser correcto, Carrión desvela en este último libro su talante beatnik, alternativo, antisistema; de viejo rebelde, a contracorriente de todas las corrientes. Las apariencias engañan, siempre.

«Pero aquí estoy. Todo igual. Como un sueño. La pesadilla interminable». El diarista es muchas personas a la vez. El hijo, el padre, el esposo, el abuelo, el hombre sin atributos, en el escenario familiar, el comentarista impúdico, el agudo analista de los acontecimientos que le rodean, el profiler de personajes que se encuentra en sus paseos por una ciudad recuperada; su ciudad de adopción donde montó una librería el siglo pasado que se llamaba Lope de Vega.

El índice onomástico, al final del volumen, descubre un auténtico desfile de personajes de la vida política e intelectual indígena. El autor, con trazo visual, los clava como a coleópteros en su galería de raros. En algunos casos con ternura y simpatía, en otros, con sarcasmo cruel.

De manera que el lector no tiene tiempo de aburrirse con ese incesante transcurso de fechas, años y días, pues Carrión demuestra cómo un diario puede contener la mejor literatura. Aquí hay anécdotas y relatos dentro de la historia. Como los círculos concéntricos de un zigurat.

El escritor analiza sus sueños imposibles y cada sueño es un cuento; y también hay cuentos reales, historias divertidas y espeluznantes, como la crónica de un suicidio al inicio del año 2014. Aquí no hay solo un diarista sino un narrador maestro.

«Uno jamás escribe la felicidad que lo acompaña. Yo he escrito casi siempre desde el fondo del resentimiento, de la memoria y de la desdicha. Incluso del rencor, en algún momento». Y pese a todo, las notas de Carrión destilan humanidad y amor al mundo. Carrión, viejo zorro, posee un olfato especial para detectar la estupidez ajena, incluso la propia. Sus comentarios sobre personajes de la cultura y el periodismo local y nacional no tienen desperdicio.

«No se trata de escribir cualquier cosa sino de escribir para no tener que escribir sobre la única cosa que debería importarte y ser finalmente escrita».

El autor se habla a sí mismo, pero de rondón siembra lúcidas y progresistas visiones del mundo; como un ser de la anticipación. En ocasiones, asombra por su capacidad de predicción. Por ejemplo, escribe en 2012, algo que se demostró con creces tiempo después y que incluso fue eslogan de la izquierda joven: «La política española no se entiende a menos que se vea bajo la luz de la delincuencia organizada. No tenemos políticos sino gánsteres. La criminología explica mejor la política española que la politología».

Tras La hierba crece despacio (2007) y Molestia aparte I y II (2014), la editorial Renacimiento ha editado de manera primorosa este último tomo de Carrión. Incluye un álbum familiar y dibujos del autor. Y es una caja de sorpresas sobre la pomada indígena, pues el escritor, por no estar en absoluto en ella, posee una visión de lince para desenmascarar hipocresías. La historia concluye en diciembre de 2015, cuando Carrión aun estaba ingresado en el IVO y con un futuro incierto. El cáncer no ha podido con él, así que es de esperar que el incorregible Carrión continúe cogiendo la pluma para contar sin tapujos sus cosas, como diarista contumaz que es.

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