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Sin tino y sensibilidad

Hay artistas que prefieren para sus catálogos, álbumes o prospectos farmacéuticos un texto literario a un texto crítico. Pero se ruega un texto literario a poder ser, no el texto en torno al arte de un escritor. Hay escritores que suponen que por el hecho de saber escribir están autorizados a hacerlo en torno al arte, o en los aledaños del arte, ya que sobre arte -por muy supuesto que esté- muy pocos pueden hacerlo cabalmente y de arte sencillamente nadie puede escribir, porque el arte, aunque se pueda entender, creo que no se puede explicar. Y si se puede no es arte.

Pero esta especie de snobs persiste, y repito que no me gusta repetirme, pero a ningún escritor se le ocurre que por el hecho de escribir bien pueda hacerlo sobre trigonometría o física corpuscular, en cambio sobre arte, ya sabes, cualquiera puede opinar. Como sobre fútbol. Ahí están en el barucho todos vociferando, pero muy poca gente entiende en realidad de fútbol. El arte es una disciplina que contiene su propia especificidad y pretender penetrarla con las herramientas de otra, no sé, pero no lo acabo de ver. De hecho hay autores como Giulio Carlo Argán que (y ya digo que no es el único) entienden y nombran al arte como ciencia, y ciencia o no, hay veces que no está lejos de ellas (y no lo digo porque los cuadros se midan en centímetros).

Para escribir en torno al arte no está de más hacer notar que se posee una sensibilidad y para ello cualquier sentido es tan bueno como otro: «¡Vaya, cómo huele a aguarrás aquí!», o bien, «Los pajarillos del alféizar parecen piar al compás de sus pinceladas», serían buenos ejemplos. El escritor no hace más que, como decimos en valenciano, donar-li voltes a la garbera, sin, como decimos en castellano, ir al turrón.

Antonio Muñoz Molina, de los escritores que le dan vueltas al arte, me parece el mejor (literariamente). Es muy de agradecer que sea tan puntilloso en sus citas; me molesta mucho la gente que hace suyas las palabras de otros (y eso las que logras identificar), pero el escritor no nos advierte de lo que pesca mediante la Red. «L´erudition ne c´est maintenant possible, mon amí», diría André Breton al final de la II Guerra Mundial, y creo que salvo la consulta de una fecha, otro dato o la correcta grafía de un nombre austrohúngaro, las incursiones en Internet deberían reseñarse con un «Google Op. Cit» o bien un «Google Íbidem», o alguna cosa parecida que dotase de cierto rigor académico.

Identificadas las citas o no, las razzias por la Red entrañan peligros que hay que conjurar y el mejor modo de hacerlo es ir a las fuentes. Si no, puedes encontrarte con tipos sin piedad que se digan: «ya te pillaré». Y lo pillé. En un reciente artículo en Babelia sobre El Bosco, Muñoz Molina nombra al Anticristo del Apocalipsis. «¿De qué Apocalipsis, por favor?» Aunque parece comúnmente aceptado por gente que nunca ha leído el libro inspirado, en ningún momento del Apocalipsis de San Juan se nombra a ningún Anticristo, si en cambio a la Bestia 666, con la que se le pretende relacionar, lo que parece tan aventurado como afirmar que Darth Vader es el padre de Chewbacca, lo que tampoco está escrito en sitio alguno.

No ya en el Apocalipsis, sino en ninguna otra parte de las escrituras canónicas se menciona propiamente al Anticristo. Si se hace en cambio a los «anticristos» en las cartas del apóstol San Juan (tradicionalmente identificado por la Iglesia como Juan de Patmos) y anticristos es como se nombra a los que niegan la divinidad de Jesucristo. Ya con los siglos se fabularía al respecto hasta llegar a Roman Polanski y otros de menor enjundia. Va, que solo son veinte páginas (dependiendo de la edición, claro). Y menos lobos. Y menos Hollywood.

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