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Soñadores

Dicen que los sueños de cada persona están, muy orteguianamente, en relación con su circunstancia. De pequeños soñamos con montañas de dulces y con mimos de mamá. Más tarde aparecen las hazañas deportivas y las aventuras heroicas. De adolescentes nos encontramos con que esa pareja inaccesible que nos hace tilín accede contra todo pronóstico a nuestros deseos. Y cuando somos adultos los sueños oscilan entre ascensos laborales, hijos espléndidos y un pasar confortable. Debe de ser que estoy equivocado y que, en realidad, estas son nuestras pesadillas, ese material onírico que según Freud nos apresuramos a barrer bajo la alfombra del subconsciente. Porque hay un organismo público, Loterías y apuestas del Estado, que no hace más que animarnos a comprar décimos con señuelos tan sorprendentes como los siguientes. El de La Primitiva nos anuncia que no tenemos sueños baratos o que si me toca La Primitiva, pfffff, e incluso incita a un hipotético jugador con tú pide, que no te lo gastas. El de Euromillones opina que no hay nada más grande que vivir unas vacaciones interminables, en uno de sus anuncios, y en otro nos urge con el lema imperativo haz lo que quieras. El spot de la quiniela, mucho más clásico, se erige en especialista en lingüística al sostener que lo que sientes por el fútbol no se explica con palabras: por eso nos dieron los signos (1, x, 2, es un suponer). Pero el más impresionante de todos fue el de la lotería de Navidad de 2013: Quiero ser un dios con el dinero, y forrarme, y viajar de avión en avión. Lo sorprendente es que estas provocaciones no hayan suscitado una airada reacción ciudadana. Al contrario, la red abunda en todo tipo de elogios para estos textos con los que algunos ciudadanos descerebrados hasta afirman emocionarse.

He dicho provocaciones. Todos sabemos que las posibilidades de que nos toque uno de estos juegos de azar son limitadísimas, por lo que más bien hay que interpretarlos como un astuto procedimiento recaudatorio del ministerio de Hacienda, con el que no solo no genera malestar social, sino que hasta despierta simpatías. Por ejemplo, en La Primitiva, donde se juegan 6 números sobre 49, hay una probabilidad de 1 entre 13.983.816 de que acertemos los seis a la vez. Si la situación del país fuera boyante, no tendría nada que objetar a la extraña costumbre española de tirar el dinero sin ton ni son. La cultura del derroche es una característica muy nuestra y, así, igual que tiramos la casa por la ventana en bodas, comuniones y presentaciones falleras, pues lo tiramos también en boletos de apuestas. Pero desgraciadamente la situación es la contraria. Seguimos hundidos en la miseria, el empleo es cada vez más precario, el futuro de nuestros hijos pinta más que negro, millones de pensionistas siguen creyendo que su pensión es un maná que fluirá indefinidamente€ Pero por aquello de perdidos al río, son muchas las personas en situación desesperada que dilapidan lo poco que tienen en boletos efímeros. El DRAE define la voz provocación, en su segunda acepción, como sigue: Buscar una reacción de enojo en alguien irritándolo o estimulándolo con palabras u obras. Pues esto es exactamente lo que hacen estos anuncios sufragados por el Estado: las vacaciones interminables que prometen son las del paro indefinido; el lema pide, que no te lo gastas es literal, porque los peticionarios carecen de crédito; los viajes de avión en avión (low cost, of course) son los de nuestros cerebros emigrados cuando vienen de vacaciones a España, y así todo. La cultura del derroche, que el Estado fomenta, es un aspecto más del esperpento nacional, del dislate de un país de sonámbulos, que alardean de ser soñadores y a los que se incita a mimarse porque se merecen todo, según les dicen. Claro que este sonambulismo cultural lo viene practicando el propio Estado endeudándose de manera suicida desde hace años: de tal palo, tal astilla.

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