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El asombro de estar vivo

El protagonista de esta novela nos cuenta, desde la madurez, los avatares de su vida: sus incertidumbres de infancia, sus múltiples empleos, sus devaneos políticos y psicodélicos de adolescencia

Felipe Benítez Reyes junto a Óscar López, en el programa cultural de RTVE «Página Dos».

Muy pocas veces se publican libros de verdad importantes para el conjunto de la literatura escrita en español. Si uno lee lo que los críticos suelen -solemos- decir de las novedades en las reseñas de los periódicos, y lo que proclaman los editores en las fajas publicitarias de sus volúmenes, puede pensar que resulta frecuente la aparición de obras relevantes en todos los géneros; pero lo cierto es que sólo de vez en cuando se escriben novelas, poemarios, ensayos de excepción.

No es que las reseñas tengan el propósito de engañarnos, sino que esa urgente variedad menor de la crítica no admite demasiadas profundidades. La necesidad de ceñirse a la parte -la obra- impide estudiar el todo -la tradición. Además, casi nadie se atribuye la tarea de jerarquizar con respecto al presente, de arriesgar en sus juicios sobre lo que permanecerá en el futuro; de tal modo que las reseñas de periódico se han convertido en una modalidad versallesca de los primeros auxilios literarios: el inicio de un boca a boca que se practica por cortesía a cualquiera que pase por allí.

¿Y qué es un libro importante para el conjunto de la literatura escrita en español? Pues ni más ni menos que un libro que no sólo pueda ponerse al lado de los mejores ejemplos de su género en la tradición remota y reciente de la lengua, sino que se sume a ella aumentando la importancia de dicha tradición. Esos libros, esos autores, constituyen lo que conocemos como «clásicos vivos», escritores en plena forma artística que honran la literatura a la que pertenecen, y que el día de mañana se convertirán en modelos de quienes aspiren a formar parte de la alta cultura en español.

Felipe Benítez Reyes (Rota, Cádiz, 1960) es desde hace bastante tiempo uno de esos clásicos vivos de nuestra literatura, y ha escrito en géneros distintos -poesía, relato, artículo, novela- algunas de esas obras verdaderamente importantes a las que me refiero. Ningún lector debería perderse su poesía en libros como Trama de niebla o Las identidades, su novela El novio del mundo, su colección de artículos Gente del siglo o sus relatos de Cada cual y lo extraño, por mencionar algunas de mis devociones. El azar y viceversa, su última novela, representa el destilado, hasta la fecha, de su oficio de escritor.

Se trata, en lo fundamental, de una novela basada en el esquema de la novela picaresca, a cuyas obras maestras pretéritas y actuales se suma con pleno derecho. La picaresca constituye siempre el relato de la vida de un pícaro, de un superviviente en el torbellino del mundo, hasta dar a parar en el presente del hombre que cuenta. Ese protagonista, Antonio Escribano Rangel, servidor de muchos amos, nos refiere las vicisitudes de su vida desde principios de los sesenta, más o menos, hasta nuestros días, y la historia de esa vida se transforma también en el análisis de la vida de España en esa época, a través de una conciencia que observa el mundo con melancólico asombro. Esa conquista, la construcción de una conciencia verbal, de un personaje que se convierte en el trasunto de un ser de carne y hueso, es una de las máximas aspiraciones de la alta narrativa. Desde la azarosa vida de un individuo perplejo, se traza la perpleja historia de la vida de todos. El amor, la amistad, el trabajo, el deseo, la incertidumbre de la existencia, el miedo a la existencia y a la incertidumbre, el humor, el dolor: los intereses de quien nos habla son los intereses eternos del hombre.

Pero la gran literatura está hecha de palabras encadenadas, y al final acaba siendo siempre una cuestión de estilo. Felipe Benítez ha alcanzado en El azar y viceversa un equilibrio prodigioso, al alcance de casi nadie, entre la máxima eficacia y la brillantez máxima, un virtuosismo del fraseo que convierte cada página, sin empalagos, en una fiesta de la inteligencia literaria.

Todo lo que se le puede pedir a un gran libro lo contiene esta novela: experiencia del mundo y de los hombres, sabiduría técnica, entretenimiento, profundidad en la mirada de lo humano. Una obra para siempre.

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