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Los cangrejos heike

Los cangrejos heike

En el estrecho de Shimonoseki, en el extremo meridional de la isla Honshu, que es la mayor del Japón, hay un lugar llamado Dan-no-ura.

Hace más de ocho siglos, en aquellas aguas ocurrió el encuentro naval decisivo de una guerra larga y sangrienta, que llevaba tiempo enfrentando a los Heike, un clan de samuráis, con otro clan, el de los Genji. El motivo principal de la guerra era que cada grupo creía poseer derechos ancestrales al trono imperial del Japón, y los Genji no acataban la autoridad del joven emperador, un niño de siete años llamado Antoku.

Los Genji contaban con ochocientos barcos, y los Heike con unos quinientos, pero estos tenían a su favor un mejor conocimiento de las corrientes del lugar y de las tácticas navales.

Esa ventaja les sirvió de poco. Al entrever el desenlace, muchos samuráis del clan de los Heike prefirieron suicidarse a soportar la derrota. Se arrojaron por la borda y se ahogaron.

La Dama Nii, abuela del emperador, decidió que ella y su nieto correrían la misma suerte. Antoku era un niño muy hermoso. Su rostro parecía resplandecer, y el pelo largo y suelto le caía por la espalda. Cuando vio que las lágrimas se deslizaban por el rostro de la anciana, se alarmó y le preguntó:

„Abuela, ¿vas a llevarme a algún sitio?

„Vamos a reunirnos con Buda, emperador mío -contestó ella.

Recogió el pelo del niño y lo ató al suyo con una cinta. Con las manos juntas, ambos miraron al Este y luego al Oeste. La Dama Nii abrazó a Antoku con fuerza y se lanzó al agua con él.

Toda la flota de los Heike fue destruida, y de las personas que iban a bordo solo sobrevivieron cuarenta y tres damas de honor de la corte imperial. Esas mujeres, que vagaban por las playas, acabaron siendo acogidas por los pescadores de Dan-no-ura y tuvieron hijos con ellos.

Los Genji pasaron a gobernar Japón, y los Heike desaparecieron casi totalmente. Pero sus espíritus rencorosos siguieron frecuentando aquellas costas. Abordaban los barcos que cruzaban el escenario de la batalla, los hacían zozobrar y arrastraban a los náufragos hasta el fondo del mar. O bien intentaban en vano achicar las aguas, como si estuvieran empeñados en borrar todo rastro de su humillante derrota.

Para aplacar a los espíritus de los Heike se construyeron el templo de Akama y un suntuoso cementerio, muy cerca del mar. Sobre las tumbas se alzaron monumentos al niño emperador y a sus heroicos vasallos, y en el templo empezaron a celebrarse servicios y ceremonias.

Desde entonces, los Heike ya no causaron tantos disturbios, aunque de noche se veían fuegos espectrales y se escuchaban estruendos de batalla. Era su manera de demostrar que todavía no habían encontrado la paz.

También ocurrió que en los caparazones de los cangrejos que se pescaban en Dan-no-ura empezaron a aparecer los rostros ceñudos de los guerreros Heike. Es algo que aún pueden comprobar quienes visiten la zona.

La frente orgullosa, los ojos penetrantes, la nariz altiva, los poblados bigotes, la boca feroz y la barbilla desdeñosa, todo está ahí, en relieve, grabado en el dorso de los cangrejos. Cuando los pescadores capturan uno de esos crustáceos con rasgos de samurái, se apresuran a devolverlo a las aguas, para calmar a los espíritus rencorosos.

Cuentan que en el templo de Akama vivió, hace siglos, un ciego llamado Hoichi, célebre por su habilidad en el arte de cantar poesías y de interpretar música con la biwa, antiguo laúd japonés de cuatro cuerdas.

Cierta noche, el sacerdote del templo tuvo que celebrar un ritual en casa de un difunto. Se fue con un ayudante, y en el lugar solo quedó Hoichi. Como la noche era calurosa, el músico salió a refrescarse y se sentó bajo el pórtico.

Para distraer su soledad ensayó algunas canciones con la biwa. A medianoche oyó unos pasos. Una voz profunda le llamó por su nombre, con el tono áspero y descortés que los samuráis emplean para dar órdenes a sus inferiores.

„¡Hoichi! ¡Hoichi!

„¡Soy ciego, y no puedo saber quién me llama! -respondió el músico.

„¡No temas! -exclamó el recién llegado-. Mi señor, que es una persona de altísimo linaje, ha llegado a Akama con su corte, para visitar el lugar donde ocurrió la famosa batalla de Dan-no-ura. Hace tiempo que oyó hablar de tus dotes poéticas y de tu destreza en el manejo de la biwa, y quiere escucharte. Así pues, prepara tu instrumento y sígueme.

Hoichi pensó que era temerario resistirse a las órdenes del samurái y tomó la biwa. El enviado le agarró la mano con fuerza y le hizo caminar muy deprisa.

Tras una larga marcha, Hoichi oyó el eco de muchísimas voces, y supo que estaba rodeado de gente.

„Ahora debes recitar la canción de la batalla de Dan-no-ura -le dijo una voz femenina.

Hoichi elevó su hermosa voz y cantó el combate naval. A un lado y a otro, durante las pausas, oía exclamaciones de alabanza:

„¡Es un artista maravilloso! -decían todos.

Y cuando empezó a describir el trágico destino de las mujeres y de sus hijos pequeños, y la muerte de la Dama Nii con el emperador niño en los brazos, los oyentes profirieron un largo grito de dolor, tan intenso que el propio ciego se puso a temblar. Al final del canto se produjo un gran silencio, que la voz femenina terminó por romper:

„Aunque ya había llegado a nuestro conocimiento que eras un hábil tocador de biwa, no podíamos sospechar que lo fueras tanto. El samurái que te ha traído hoy irá a buscarte mañana, a la misma hora.

Una mano suave y delicada condujo a Hoichi durante un trecho, y luego el samurái lo acompañó al templo.

Cuando el trovador llegó ya era de madrugada. El sacerdote, que había vuelto y lo vio llegar, le preguntó por su aventura nocturna.

„¡Hoichi, mi amigo Hoichi! -se lamentó el sacerdote, tras escuchar el relato-. Has de saber que has pasado esta noche cantando y tocando para los espíritus de los Heike. El problema es que, por haberles obedecido, estás en su poder. Y, por haber traicionado su confianza, podrían cortarte en pedacitos. Esta noche me es imposible acompañarte, porque he de prestar otro servicio religioso. Pero conozco una manera de salvarte, y es cubrir tu piel por completo de textos sagrados, de modo que no quede un solo resquicio.

Llegado el anochecer, el trovador se desnudó y el ayudante, con un pincel, trazó en su pecho, en su espalda, en sus labios, en sus manos y en sus piernas, en fin, hasta en sus párpados, en su lengua y en las plantas de sus pies, los apretados caracteres de un texto budista de poderes milagrosos.

Concluida la operación, el sacerdote le dijo a Hoichi:

„Esta noche, en cuanto me marche, te sentarás en el pórtico. Una voz te llamará por su nombre. Pero, ocurra lo que ocurra, no contestes ni te muevas. Si lo hicieras, nadie podría salvarte. Pero, si cumples todas mis instrucciones, el peligro desaparecerá y no tendrás nada que temer.

Cuando el sacerdote y su ayudante se fueron, Hoichi se sentó en el pórtico. Dejó su biwa a un lado, adoptó una actitud reflexiva y procuró no toser ni respirar de modo ostensible.

Horas después, oyó un rumor de pasos. Alguien se le acercó y se detuvo ante él.

„¡Hoichi! -le llamó la voz profunda por tres veces.

Pero el músico seguía mudo.

„¡No contesta! -gruñó la voz-. ¡Qué extraño! ¡El trovador nunca había hecho esto! ¡Aquí está su biwa! ¡Pero de Hoichi solo veo sus dos orejas! ¡Ahora entiendo por qué no contesta! No habla porque ni siquiera tiene boca. Pero, como he de quedar bien con mi señor, le llevaré estas dos orejas.

Hoichi sintió que alguien le tiraba de ambas orejas al mismo tiempo y se las arrancaba. Pese al intenso dolor, se contuvo y permaneció en silencio.

El sacerdote regresó poco antes del amanecer. Hoichi seguía sentado en actitud meditabunda, pero estaba rodeado de un gran charco de sangre.

„¡Pobre, pobre Hoichi! -se lamentó el sacerdote-. ¡Ha sido culpa mía! ¡Le pedí a mi ayudante que escribiese los textos piadosos en todo tu cuerpo, pero no inspeccioné su trabajo, y él olvidó trazar los caracteres en tus orejas! ¡Pero ya no tiene remedio! Ahora hemos de curar esas heridas. ¡Ánimo, Hoichi! Los fantasmas de los Haike nunca volverán a visitarte.

Con ayuda de un buen médico, Hoichi sanó pronto. Desde el día en que perdió las orejas fue conocido por el sobrenombre de Mimi-Nashi-Hoichi, que significa Hoichi el desorejado.

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