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Costumbrismos

En un sentido amplio, no existe más literatura que la de costumbres. El costumbrismo, más que una elección del escritor, constituye una obligación de la escritura, de las limitaciones de la condición humana. Los individuos no vivimos del todo en el mundo, porque el mundo no es una realidad única y fácil de explicar, sino un asunto cambiante que depende de cada uno de los individuos que habitan en él. De ahí que existan tantos mundos y maneras de observarlo como criaturas mundanales, por así decir. Los escritores están condenados a contar «su» mundo: uno de tantos universos paralelos.

Lo que ocurre es que la gente tiene una idea muy estrecha de lo que es el costumbrismo, por no decir que tiene una idea equivocada (al menos desde mi visión costumbrista del asunto). El costumbrismo no consiste tan sólo en la redacción de escenas de la vida contemporánea del escritor, pensando que la vida contemporánea es el retrato de las calles y los mercados, de los teatros y las plazas, del puerto y las verbenas locales. Eso podría denominarse «costumbrismo costumbrista».

Pero existe otra clase de costumbrismo, tan real como el anterior, al que todo novelista, todo poeta (todo artista, si queremos generalizar) necesita obedecer: el costumbrismo emocional, el costumbrismo de su conciencia. Todo aquello que en su mundo interior es costumbre. Todo aquello que en su naturaleza acostumbra a suceder.

Algunos se pasan el día pensando en alienígenas más o menos fluorescentes que invaden la tierra, al mando de sus naves controladas por una energía psíquica desconocida para los humanos. Su literatura costumbrista se llama ciencia ficción. Otros se entretienen urdiendo relatos de acrobacias carnales, en donde los protagonistas suelen considerarse a sí mismos como exquisitos y refinados perseguidores de la belleza. Su literatura costumbrista se denomina novela erótica. Existen escritores obsesionados con la escucha de lo que dicen los ríos y las montañas, el canto de los pájaros y los amaneceres, las elocuentes rosas amarillas y las mariposas con alas de seda. Su literatura costumbrista es conocida en el tiempo como poesía lírica. Los hay que sueñan a diario, incluso con los ojos abiertos, con hordas vampíricas que amenazan la seguridad hematológica de la población terrestre. Ellos, los draculianos, también escriben literatura costumbrista: el terror y sus posibles derivaciones representa su costumbre.

A la hora de la verdad, todos -me figuro- estamos condenados a la autobiografía, ya sea de manera confesa, haciendo autobiografismo, o de manera velada, haciendo costumbrismo biográfico sentimental, que es todo aquello que suele suceder en nuestra mente por costumbre. Los astrofísicos, ocupados día y noche en el estudio de estrellas lejanas, cuando redactan sus informes técnicos hacen autobiografía. Los médicos que expiden recetas de opiáceos a sus enfermos (y los enfermos que las leen) hacen autobiografía. Los filósofos que traman explicaciones omnicomprensivas del universo también hacen autobiografía, porque para eso se pasan los años fabulando sus argumentos omnicomprensivos.

El costumbrismo literario es la costumbre de hacer literatura con lo que acostumbramos a pensar que es nuestra vida.

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