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Sombras de otras sombras

La bisabuela de la autora se casó con un soldado, de origen ruso, al que había cuidado, herido en una batalla en la guerra de Secesión americana. La tía abuela de la autora era una joven sufragista que defendía los derechos de las mujeres a principios del siglo xx. Ambas sensibles y desafortunadas. Así arranca esta delicada novela de mujeres heridas por la vida.

Sombras de otras sombras

Uno de los autores de todos los tiempos que más hondo han buceado en el alma humana es sin lugar a dudas Dostoievski. La frase es de Dostoievski y aparece como epígrafe a Los antepasados, una entrega más de los espléndidos Notebooks de la misteriosa escritora norteamericana Mary Ann Clark Bremer, que la editorial Periférica nos va regalando poco a poco y que, al menos para mí, ha sido uno de los mejores descubrimientos literarios de los últimos años. Ésta es la quinta novela del ciclo, todas ellas maravillosas, todas emocionantes.

«En el amor, lo sabrá muy pronto Ann, o lo ha sabido ya, gran parte es pérdida.» Ann, la bisabuela, que anota y reescribe el Cantar de los cantares, es uno de los personajes de esta novela. Ann tuvo hijas, y sus hijas a su vez tuvieron hijas. Mary Ann, en cambio, hija de una hija de Ann, es viuda y huérfana. Por eso ella lee el Eclesiastés, reescribe el Eclesiastés, se busca en el Eclesiastés, se encuentra en el Eclesiastés. «Lo torcido no se puede enderezar» y «sólo queda memoria del dolor». También: «hay un tiempo para todo y todo tiene su tiempo».

Pero volvamos a la autora, Mary Ann Clark Bremer. Si he escrito misteriosa es porque apenas sabemos de ella más que lo que podemos leer en las solapas de sus libros, y una única y extraña fotografía desenfocada en la que aparece una mujer joven, morena, el sol le da en la cara y vela su expresión, no sonríe, podría estar asomada a la ventanilla de un tren y la persona que ha ido a despedirla se la ha tomado. Lleva un pañuelo blanco al cuello. Pero, ¿qué dicen las solapas de los libros? Todas lo mismo. A saber: que Mary Ann Clark Bremer nació en Nueva York en 1928 y murió en Ginebra en 1996. Que se pasó la infancia viajando por el mundo y sus padres murieron al final de la Segunda Guerra Mundial durante el ataque a un buque en el que viajaban. Que posteriormente vivió en Israel, Alemania, Francia y Suiza, y que Friedrich Dürrenmatt la animó a escribir sus memorias (estos Notebooks que se publican ahora) que firmaba con seudónimos. Y eso es todo. Nada en la Wikipedia, nada en Amazon, nada en Google. Misterio. Ni siquiera hemos encontrado las ediciones originales de sus obras.

Pero, ¿qué es lo que queríamos saber en realidad? ¿Acaso no se ha dicho siempre que a los escritores hay que ir a buscarlos a sus obras? ¿Qué sus obras nos dan más pistas sobre su vida que su biografía, o incluso su autobiografía? Volvamos entonces a la obra, a las novelas, a sus cinco novelas anteriores, reunidas en un solo volumen de maravilloso título, Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos, y a esta última, Los antepasados, porque en ellas es donde vamos a encontrar a Mary Ann Clark Bremer.

Los antepasados, Notebook III, 78 páginas. Setenta y ocho emocionantes páginas, como las anteriores novelas, es una meditación sobre el amor y la muerte, sobre el tiempo y el dolor, sobre la pérdida y la soledad. Una novela, si es que puede llamársela así, delicada, hermosa, turbadora, uno de esos libros diáfanos, luminosos, que dejan un poso en el alma, que no se olvidan fácilmente.

Acabo de leer unas declaraciones del escritor argentino César Aira en las que dice que «Leyendo novelas no se aprende nada». Tiene toda la razón. En muchas novelas y en muchos novelistas, en la mayoría, no se aprende nada de nada. Sobre todo cuando se concibe la novela como un juego ingenioso, un pasatiempo más o menos culto, cuando se concibe la novela, como hacen hoy tantos críticos y novelistas renombrados, como una huida de la realidad, una forma de evasión, que es en lo que prácticamente se ha convertido el cine y en lo que corre el riesgo de convertirse la novela. Pero en algunas novelas y en algunos escritores, en muy pocos, se aprende algo que no se aprende en ninguna otra parte, algo que sólo se aprende en las novelas, algo que siempre hemos sabido y que en ocasiones preferiríamos no saber. Mary Ann Clark Bremer es de esos pocos.

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