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Una vida imaginaria

Una vida imaginaria

La historia siempre es interpretación. La forma de narrar los hechos, de amplificarlos, de embellecerlos, de idealizarlos, o por el contrario de restarles importancia, de minimizarlos, de ridiculizarlos, condiciona nuestra lectura de la misma, y la habilidad del escritor estriba casi siempre en su mayor o menor capacidad para tratar de convencernos de su imparcialidad, de su objetividad, de su neutralidad, cosas estas que sabemos hace tiempo que no son más que palabras. La novela histórica en cambio no consiste únicamente en recrear un hecho, un suceso, un acontecimiento. Tampoco basta con documentarse, con interpretar, con atar cabos sueltos, con seguir los hilos de una vida. Una novela histórica es historia, biografía, documento, pero sobre todo y por encima de todo es novela. Y «la imaginación -como dice la estupenda novelista norteamericana que tanto merece el Nobel, Cynthia Ozick-, es más que el artificio, más que el poder de inventar, (€) la imaginación busca lo indecible y lo irrealizable».

Como arena entre tus dedos, primera obra publicada de Gadea Fitera, es una novela en la que se nos narra la azarosa vida de Margarita Ruiz de Lihory, una aristócrata valenciana nacida a finales del siglo xix y muerta en 1968. Una mujer «moderna», corresponsal de guerra, espía, licenciada en Derecho, pintora, y quién sabe cuántas cosas más, que dio mucho que hablar en su época, y protagonizó al final de su vida un célebre episodio macabro que todavía hoy se recuerda.

Decía Marguerite Yourcenar, citada por Michèle Sarde, dos estupendas autoras de novelas históricas, que «Las técnicas de la novela son los únicos medios para alcanzar la verdad de la biografía; los lazos imaginarios tejidos entre los hechos los hacen plausibles y legítimos». Y continúa Michèle Sarde: «Se rearma un personaje uniendo los ´pedazos´ y se rellenan los vacíos, las lagunas más importantes de una vida». No otra ha sido la técnica de Gadea Fitera en esta apasionante novela, en la que, como se nos dice en la Nota final, cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia.

Fitera ha encontrado una fórmula para salir airosa de los peligros que entraña la novela histórica: confrontar la realidad con el deseo, la verdad con la mentira, el sueño con la vigilia. Es el lector el que va encajando las piezas, el que escucha el relato de Margarita, el que sospecha de Margarita, o el que se deja engañar por Margarita y descubre que al final sus mentiras, o sus medias verdades, a fuerza de creer en ellas, acaban siendo verdades inapelables.

Es cierto que los personajes de una novela, aunque algún célebre novelista disienta, escapan a la voluntad del autor. Dicho en pocas palabras, cobran vida propia, y si no la cobraran algo está haciendo mal el autor. En la novela histórica esto es todavía más verdad. El autor, la autora en este caso, tiene que sorprender al personaje (Margarita) en sus momentos más íntimos, cuando está sola y nadie la observa, y seguirla sin que ella se de cuenta. Observarla con atención, espiarla. Si Margarita se da cuenta de que la espían estamos perdidos porque entonces actuará, y Margarita era una consumada actriz. No queremos verla en el escenario, o al menos no sólo en el escenario, sino también entre bastidores, en la soledad de su alcoba, incluso, si es posible, espiar sus sueños. La autora actúa así como un detective. Pregunta, indaga, espía, se documenta, contrasta las informaciones, busca, olfatea, ata cabos, sigue un rastro, una pista, que en algunas ocasiones se demostrará falsa, pero que en otras la llevará a inesperados descubrimientos. «El hecho de que una fuente no sea ´objetiva´ no significa que sea inutilizable», decía el célebre historiador italiano Carlo Ginzburg, máximo representante de lo que ha venido en llamarse «teoría de los indicios», y añadía: «Aunque la documentación sea exigua, dispersa y difícil, siempre puede aprovecharse.»

La autora, otro indiscutible mérito más, no juzga a su personaje, no lo absuelve ni Coolidgelo condena, se limita a descubrirnos su intimidad, sus contradicciones, sus fantasías, sus ambiciones. La acción no se explica, se escenifica. Y un pequeño apunte sobre el estilo: más que la representación de la realidad, lo que debe ser creíble es el lenguaje. Y permítanme, para terminar, que les diga algo sobre las primeras obras de un autor. En primer lugar, que nunca son las primeras estrictamente hablando. Suele haber mucho trabajo detrás, muchos tanteos, muchas páginas tiradas a la papelera de reciclaje. Y en segundo lugar, que una primera obra no es necesariamente una obra primeriza. Julien Gracq decía que hay autores, seguramente la mayoría, que necesitan tiempo para llegar a dominar su estilo, y otros por el contrario, seguramente la minoría, que son dueños ya de su estilo en sus primeras obras. Gadea Fitera, no lo duden, es de estos últimos.

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