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Señales de ciudad: Historia visual de las marcas urbanas en Valencia

Portalones y guardaejes de carros, baldas, paños y picaportes, tuberías historiadas, trapas, relojes, carteles y placas de calles, lápidas y gárgolas... Valencia esconde un tesoro patrimonial en mil y un detalles que el fotógrafo Tono Giménez y el diseñador Tomás Gorria nos descubren en un libro.

Señales de ciudad: Historia visual de las marcas urbanas en Valencia

Los sumerios insertaban delante de la parcela de sus viviendas un pequeño monolito a modo de título de propiedad. Inventaron con ello la casa privada, una suerte de primitivo capitalismo y la señalización urbana, lo que en el mundo del diseño actual se llama señalética. Los griegos y los romanos fueron, también muy amigos de las señales, las rotulaciones y las lápidas votivas. Una tradición que se perpetuó en las ciudades góticas y llega hasta nuestros días, cuando la modernidad incorporó un universo infinito de imágenes, luminiscencias y tipografías pespunteando la ciudad.

La cultura urbana, en definitiva, ha llegado a nosotros gracias a ese cúmulo histórico de marcas y señales, desde las figuras zoomorfas o antropomórficas de conventos y catedrales, a portalones, aldabas y toda suerte de herrajes y postigos, rótulos de calles, cerámicas, barandas, verjas o enrejados.

Durante años, Tono Gayora (seudónimo fotográfico en Flickr de Giménez Ayora) ha ido fotografiando en imágenes saturadas muy vistosas el riquísimo patrimonio de esos elementos que salpican y decoran la ciudad de Valencia, de un modo minucioso, casi taxonómico, como un obsesivo y conspicuo coleccionista que va descubriendo los hitos de la calle, las casas y los palacios.

Hace algunos años, la diseñadora Sandra Figuerola ya utilizó las imágenes de este fotógrafo -en concreto la de las cerámicas azules con letras blancas que daban el nombre de las calles valencianas- para la portada de una voluminosa y completa Guía de la ciudad. Aquella impactante imagen de un puzzle de rótulos callejeros debió de inspirar, sin duda, a Tomás Gorria, otro diseñador gráfico con una pasión inagotable por la tipografía y los rótulos. Gorria rescató el conocimiento gráfico de la ciudad racionalista -previa a la eclosión republicana, y no a la inversa-, y estudio los vestigios de la publicidad urbana anterior a los neones de los años 60.

Era lógico que terminaran juntos impulsando un proyecto que, tras muchos años de preparación, ha visto al fin la luz para iluminar la falta de sensibilidad de nuestras autoridades patrimoniales, poco activas en la defensa y catalogación del legado histórico de la señalización urbana de Valencia.

Tono y Tomás han tenido que recurrir a la autoedición y a la ayuda de numerosos amigos (a través del crowdfunding) para financiar su libro, un bello ejemplar en papel que viene a demostrar la vigencia de ese formato para seguir difundiendo las imágenes de la vida. Y otros amigos, especialistas o no, han contribuido escribiendo los textos de apoyo de las imágenes.

Hay dos ediciones (en valenciano y castellano) del libro, y se puede elegir entre una edición mate y otra satinada, a nuestro juicio mucho más llamativa para que se luzcan las fotografías muy contrastadas del volumen. De los textos hay de todo, y en general los más interesantes son los que se dejan de retóricas y nos descubren datos reveladores de la pequeña historia de los elementos que se muestran. El director del Archivo Histórico nos recuerda, por ejemplo, que las baldas de la Lonja fueron realizadas en 1530 por Esteban Giner y su hijo Francisco, mientras que en otros capítulos conocemos que las primeras rejas fueron de madera o los diversos avatares de las placas rotuladoras de las calles y que las deliciosas caras de los canalones históricos se realizaron entre 1880 y 1930, contando con que fundiciones como la Industrial y Artística o Gens permanecieron durante tiempo en sus localizaciones originarias. El libro, al final, sabe a poco, a poco formato, a poca historia y a poco sensibilidad pública.

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