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No sé terminar libros

No sé terminar los libros que estoy escribiendo. Me ha pasado siempre. Los termino, porque hay que darles fin, porque hay que entregárselos al editor, porque me canso de no terminarlos; pero no porque esté convencido de que los he acabado.

A mí los libros se me eternizan, me encuentro a gusto en su escritura, no suelo ver ninguna razón estructural, ni argumental, ni estilística para no añadir una palabra más, una página más, una sección más. Puede que desde el punto de vista técnico eso sea un defecto, pero no creo que sea el peor defecto de mi colección. Algunos autores -y no dejo de asombrarme cuando lo cuentan- afirman poseer sobre su libro un control absoluto. Saben desde el principio cuántos capítulos tendrá la novela, cuántos poemas tendrá el poemario, cuántos relatos tendrá el libro de cuentos. Saben qué dirá el personaje principal a su amada antes de pegarse un tiro al borde del acantilado. Saben cuándo entregarán el original al editor, y cuántas jornadas de trabajo necesitarán para dar por cerrado dicho original.

Yo nunca sé nada o casi nada del libro que he empezado a escribir. Por lo común los empiezo con mucha energía, diciéndome que esta vez (y ya era hora) terminaré la redacción deprisa, aunque sea una primera versión con la que seguir trabajando. Pero, pasado un tiempo, la escritura se ralentiza, se expande, se me va el santo de la pluma al cielo y se queda allí, ensimismado, adormilado, distraído en los encantos de su adormecimiento y su ensimismamiento, ejercitándose en una suerte de narcisismo doméstico de carácter venial (porque no hace daño a nadie, salvo a mí mismo). A las primeras de cambio, me pongo a observar el vuelo de las moscas verbales, y las moscas me llevan de excursión a lugares que no tenía previsto visitar, etcétera, y el etcétera se me convierte en la sustancia del viaje y del vuelo de las moscas.

Aunque no me quejo de mi destino, confieso que me gustaría algunas veces ser más concluyente, por decirlo de algún modo. Para consolarme, me digo que si fuese un estratega de la escritura, un tipo ordenado y minucioso, la escritura dejaría tal vez de interesarme, porque se transformaría en una tarea funcionarial. Si supiese lo que iba a escribir a continuación, más que un escritor, sería un copista, un escribano, mi dactilógrafa particular. Una de las ventajas particulares de la escritura estriba en poder hacer acopio de excusas diferentes para consolarnos de nuestras carencias.

Creo que no me gusta terminar los libros que escribo, para no sentir la necesidad de empezar otros. A veces he pensado que lo natural sería escribir a lo largo de toda la vida un libro único -un poemario, un diario, una novela, un libro sin género-, una única obra que reflejara nuestra aventura en el mundo, nuestra evolución en el curso de dicha aventura. Ese absoluto libro autobiográfico quedaría inconcluso a nuestra muerte, pero cerrado por causa mayor.

Los artículos se acaban por razones de espacio, pero no porque no tengamos nada más que decir al respecto.

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