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Tanto Shakespeare para nada

Sirven los recuerdos de su participación en un montaje de «Macbeth» al crítico Julio A. Máñez para poner en valor la palabra frente a muchas controvertidas escenografías modernas, y poner en solfa la mediocre aportación de los autores teatrales contemporáneos en busca de subvenciones públicas a falta de público.

Tanto Shakespeare para nada

Uno de los recuerdos más exultantes que conservo de mi paso por el teatro remite al Macbeth que montamos en UEVO allá por los años 80, con una inmensa Teresa Lozano en el papel de la Lady. Lo montamos sobre la clave de la fiebre en casi todos los personajes, pero lo más conmovedor fue todo el proceso de ensayos. Contemplar a un grupo de jóvenes actores con el texto memorizado que empiezan a ponerse lívidos a medida que van comprendiendo la magnitud de cuanto dicen es una experiencia que no conviene perderse. No resulta fácil para Macbeth acabar en su propia casa con la vida de su rey Duncan, pero el actor que hace como que lo hace no sufre gran cosa por ello. Lo peor viene después. Lo peor viene cuando acto seguido tanto el actor como su personaje comprenden que no han hecho más que iniciar una infinita cadena de acciones terribles. Y ante semejante panorama, el actor palidece ante su destino y tiembla de desamparo al decirle casi al oído a su esposa: «Todavía somos jóvenes en el crimen». Y ahí, exactamente ahí, por la fuerza de lo dicho más que por el peso de lo hecho, comprende con pánico el actor qué clase de tipo es ese tal Macbeth al que trata de dar vida. Y de ahí el tembleque febril que le agobia hasta el final de la representación.

Sirva esta tediosa introducción para añadir que camuflar a Macbeth de nazi o de lehendakari o de lo que sea no sirve más que para empobrecer al personaje. No lo convierte en actualidad sino en conveniencia inconveniente. Y pese a ello no logra desdibujarlo, ya que la potencia del texto es de tal envergadura que siempre dejará atrás cualquier burdo intento de actualización. Porque siempre y para siempre está ya actualizado, sin que importe demasiado el contexto en que se pretenda incluirlo. Esa potencia enorme del texto, de lo dicho en escena, es precisamente lo que sobrecoge, y, de paso, lo que se echa en falta en tantos autores teatrales contemporáneos, por actuales que sean.

Tengo para mí que la banalidad de tanto texto teatral contemporáneo no reside únicamente en su intención primaria, que no es otra que el propósito de entretener a los espectadores (en el caso improbable de que el texto llegue a los escenarios). Se trata también de una cuestión de estilo, tanto en la tragedia o el drama como en el intento inane de provocar una risa adolescente. Y no se trata aquí de defender una severidad envarada sobre el escenario, algo que detesto tanto como la frivolidad penosamente escrita, sino más bien de insistir en la necesidad de dotar al texto teatral no ya de verosimilitud sino de cierta imaginación en el lenguaje. Claro que pocos pueden reproducir sin rubor las descarnadas y siempre preciosas metáforas que pueblan la escritura de Shakespeare, pero no estaría de más intentarlo en alguna ocasión, aunque sólo fuera por respeto a la inteligencia auditiva del público. Dicho de otro modo, nada conviene más que aceptar sin remilgos que el espectador teatral de hoy mismo comprenderá sin dificultades las felonías y tribulaciones de un Macbeth sin añadidos «de actualidad», tanto en lo que respecta al personaje en cuestión como a la obra entera, y que además sabrá también, sin necesidad de apuntadores de la modernidad, cómo aplicar a su vida, o no hacerlo en absoluto, las trágicas alegrías que ha visto y escuchado en la representación de la obra.

Por todo ello me enfurecen cada vez más las asambleas, cotarros y aquelarres de los autores de teatro que se quejan (por lo general ante las autoridades políticas del ramo) de que no se reconozca su trabajo y de que no les presten la menor atención a obras (las suyas) que tal vez en raras ocasiones las merecen, por no decir que a menudo sería más justo pedir perdón al público. Por no decir nada ahora de la Danza, donde contra la opinión de muchos y muchas de sus practicantes, no es frecuente gozar de un espectáculo como es debido. Y para acabar esta monserga, quiero que conste mi añoranza por los trabajos de danza realizados en su tiempo por Pedro Pablo Hernández o Gracel Meneu?

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