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El nuevo periodismo de Javier Valenzuela

Pocos conocen que el lugar donde Javier Valenzuela veló armas periodísticas por primera vez en serio, mientras estudiaba Económicas, fue Valencia. Este dicharachero granadino ya había publicado en la mítica revista de la época, el libertario Ajoblanco, pero no fue hasta su pertenencia a la redacción que refundó modernamente el Diario de Valencia que no conoció los trasiegos de la prensa diaria, a la que ya no abandonará durante cerca de cuatro décadas.

De Valencia se fue pronto pero dejó una buena cosecha de amigos. Los mismos con los que comparte su visión del periodismo como un género narrativo. Sus tertulias siempre hablaban de escritores, del deseo de un tiempo en una cabaña solitaria para escribir esa novela que todo periodista de la escuela clásica lleva dentro, de Truman Capote y de toda la banda de nuevoperiodistas que alumbraron la prensa y las letras norteamericanas: Norman Mailer, Tom Wolfe, Gay Talese, Hunter S. Thompson...

Valenzuela se hizo con la sección de Sucesos del Diario de Valencia y en cuanto pudo llamó a la puerta de El País, donde comenzó siendo poco menos que el último soplón de su redacción histórica en los 80. No tardó en presentarse como voluntario para abrir la corresponsalía del diario madrileño en Beirut, entonces asolada por conflictos interminables e irredentos. El reportero Valenzuela tenía al fin la oportunidad de lanzarse a tumba abierta con sus crónicas de la guerra sin cuartel libanesa. Estábamos ante un narrador excepcional y no tardó en ser removido a una plaza más importante y cercana: Rabat.

En Marruecos no había muertes ni batallas, pero Valenzuela encontraba temas debajo de las piedras del desierto, tantos que en cuanto quedó libre la plaza de París se la confirieron sin rechistar. Y en París fue la repera. El periodista alado en que se había convertido puso Francia bajo sus pies. Sus crónicas y reportajes fueron memorables, los mismos que ahora se echan en falta cuando la oleada Le Pen sacude Europa desde las banlieues y el país profundo. Sus escritos sobre el Tour fueron memorables.

Tal fue la renovación narrativa que Valenzuela impulsó desde Francia que cuando el todopoderoso Juan Luis Cebrián tuvo la idea de darle un cambio total a «su» languideciente El País le buscó como el candidato ideal para dirigir aquella revolución. Demasiado para la vieja guardia. Las luchas internas que también existen en las redacciones le obligaron a bajar un peldaño el rango: no fue el director de El País sino director adjunto. No aguantó demasiado en esa indefinida parcela y regresó a la carretera: corresponsal volante en los Estados Unidos.

Ahora, por fin, y tras una pequeña etapa en la política -junto a Rodríguez Zapatero-, Valenzuela está realizando el sueño de los grandes reporteros: escribir novelas. No es gratuito que se haya retirado a una de las ciudades más novelescas del Norte de África en busca de sus mejores fantasmas: el mundo árabe, Paul Bowles, Capote, el Mediterráneo. Él ha sido el gran periodista español de estos últimos tiempos.

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