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Historias de familia

Historias de familia

Las historias de familia no sólo son universales, sino que resultan eternas (en la medida modesta en que podemos hablar de eternidad con respecto a los asuntos del hombre), porque todos tenemos, al menos, un padre y una madre. Los lazos de la sangre humana, unidos a los lazos de la costumbre nos atan a nuestros familiares con una fuerza que termina por ser capital en nuestro destino. Buena parte de los hombres (buena parte de la literatura de los hombres) se ha construido en lucha contra la figura del padre, de la madre, de los hermanos, de los parientes. Es tan fuerte la influencia de la vida en familia que constituye de por vida el equipaje sentimental de todos y cada uno de nosotros, lo hagamos explícito o no, lo confesemos o no, lo sepamos o no.

Nuestra familia significa un mundo dentro del mundo, en donde fraguan nuestras primeras nociones sobre el amor, sobre el odio, sobre la lucha por la vida, sobre la solidaridad, sobre las alegrías y las tragedias, y, algo muy importante para un escritor, nuestras primeras sensaciones acerca del lenguaje. Cada familia, como indicó en una espléndida novela Natalia Ginzburg, posee su propio «léxico familiar».

Ignacio Martínez de Pisón conoce desde siempre la importancia definitiva de las relaciones humanas, del tejido afectivo de los individuos, y ha novelado desde siempre acerca del universo de los padres y los hijos, de los amigos de infancia, de las parejas. Acerca de los asuntos que de verdad cuentan, porque las grandes historias, las grandes novelas, terminan por ser la aventura de intentar profundizar, a través de las palabras y de las anécdotas a las que nos remiten dichas palabras, en el corazón de los protagonistas.

Las grandes novelas, las grandes historias, aspiran a contarnos la vida; es decir, aspiran a contarnos la experiencia del autor en su paso por la vida y en contacto con la gente con que se tropieza.

Ignacio Martínez de Pisón ha escrito siempre sobre personas concretas, sobre personajes con nombre y apellidos; pero sus personajes han pertenecido siempre a una época concreta también. Él sabe no sólo que todos somos históricos, sino que la gran novelística construye siempre una intrahistoria paralela a la historiografía, y que resulta imprescindible para atisbar parte de la verdad humana. De esa manera, con las novelas de Martínez de Pisón se podría editar un atlas de la historia de España de los últimos sesenta o setenta años, así como un plano físico y sentimental de la ciudad de Barcelona.

En el célebre arranque de Ana Karenina, Tolstoi afirmó que todas las familias felices se parecen, pero que las infelices lo son cada una a su manera. Creo que es un excelente inicio de relato, y ha hecho carrera entre los lectores de todo el mundo, pero no estoy seguro de que sea cierto. A menudo, asentimos a algunas de las sentencias más famosas sin reflexionar demasiado sobre su contenido: nos basta con su sonoridad, con su ingenio, con su apariencia auténtica. Pero me parece que no hay ninguna familia que se parezca del todo a otra. No hay ninguna felicidad ni ninguna desdicha que sean iguales. Las familias son organismos que se especializan en la creación de alegrías y dramas particulares, de euforias y tragedias con denominación de origen propia: denominación familiar. No existe, además, ninguna familia que sea por entero afortunada ni infeliz por entero.

La familia de Ángel, el protagonista de la magnífica novela Derecho natural, desmiente el axioma de Tolstoi. Su peripecia está hecha de momentos tristes y momentos venturosos, de accidentes y epifanías íntimas, de traiciones y sacrificios, de cobardías personales y heroísmos menores. Lo que aquí cobra vida en el relato es la historia de Ángel, de su familia contemplada a través de sus ojos, en lucha, sobre todo con la inmensa sombra del padre, un personaje colosal (para siempre una de las mejores criaturas del universo literario de Martínez de Pisón), actor de tercera, tarambana, encantador de serpientes, un tipo que a veces aborrecemos pero al que necesitamos prestar atención, un inconstante en busca de no sabemos qué sueños, una calamidad en marcha que resume la aventura de vivir. Y al mismo tiempo, la historia de la familia de Ángel erige el retrato de la España de la Transición como telón de fondo, desde finales de los 70 hasta los años 90, una España que cambiaba deprisa con respecto a sus costumbres, actitudes y leyes.

Ignacio Martínez de Pisón hace ya tiempo que se ha convertido en un maestro de la novela. (No hay que esperar a que nuestros clásicos vivos cumplan ochenta o noventa años y chocheen, para reconocerles su maestría y su magisterio). Ha alcanzado ese grado superior de la escritura en que todos los problemas narrativos se resuelven con naturalidad, con fluidez, con esa aparente facilidad que está al alcance de unos pocos y que lleva toda una vida adquirir. Su fraseo, su dominio estructural, su administración de la trama y de los personajes consiguen siempre el propósito mayor de la literatura: crear en sus lectores, mediante el manejo de las palabras, la ilusión profunda de la vida. Una ilusión que nos enseña algo nuevo siempre acerca de nosotros mismos, gracias a sus historias de familia.

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