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Manuel Costa: 30 años al pie del Jardín Botánico

Conocí a Manuel Costa hace ahora 30 años cuando, en la primavera de 1987, acababa de ser nombrado director del Jardín Botánico de la Universidad de Valencia por el Rector Ramon Lapiedra. Yo había empezado a colaborar en el Jardín en 1981. Vino de visita, a conocer a las personas que trabajábamos allí, a saber de la actividad de cada uno, a hacerse una idea de primera mano de cómo estaba el Botánico. No nos conocíamos personalmente, pero sabía que era catedrático de Botánica en Farmacia y había leído sus trabajos de flora y vegetación valencianas. Le enseñé el modesto herbario, la interesante biblioteca del Jardín, aún en el antiguo edificio de dirección, y le hablé del intercambio de semillas con otros jardines. Vino como D. Manuel, el tratamiento que le daban todos en la Universidad, elegante, con chaqueta y corbata, como iba a clase y como estaba en su despacho y en su laboratorio (donde se cubría con una bata blanca, inmaculada). Él venía de la Facultad de Farmacia, era catedrático. Yo de Ciencias Biológicas, acababa de licenciarme. Fue muy respetuoso con las personas, pocas, que encontró en el Jardín, y nos incorporó al equipo con el que llevó a cabo la restauración integral del Botánico universitario. En aquel momento, muy deteriorado después de casi un siglo de penuria y abandono.

En ese primer encuentro pude notar el entusiasmo y la energía, contagiosos, que Manuel Costa transmite en todo lo que hace, en especial si se trata de ponerlos al servicio de la Universidad, del medio ambiente o de la Botánica. Recuerdo también la primera excursión que compartí con él y sus alumnos de Farmacia. Fue a la Devesa del Saler. Estábamos en la playa, junto a la Gola de Pujol. Nos hizo tirarnos al suelo para ver el efecto del viento marino sobre la arena, para observar a ras de suelo cómo modelaba el relieve y entender la forma que tomaba la duna, la movilidad de la arena y cómo las raíces de las plantas la retenían. Después levantó el brazo para que siguiéramos su movimiento ondulado sobre el pinar que nos separaba de la Albufera. Quería mostrarnos la forma que tomaba la vegetación modelada por el hálito marino cargado de sales y de arena. No he olvidado esa escena ni otras muchas parecidas que se sucedieron en otras jornadas de campo en roquedos, charcas, sabinares, encinares, hayedos... Siempre cautivando a los alumnos, haciéndoles apreciar lo que tenían delante de un modo que nunca olvidarían. Explicando, con toda su capacidad comunicativa cómo se adaptaban las plantas al medio. Manuel Costa es un excelente docente y ha dedicado su vida al magisterio.

Sin duda, su mayor empresa ha sido el Jardín Botánico de la Universidad de Valencia. En estos treinta años apenas ha salido de él. Solo para atender sus clases (o, más tarde, su responsabilidad como Vicerrector) y para realizar los innumerables viajes que lo han llevado a conocer los ecosistemas naturales de medio mundo. Expedicionario incansable, ha estudiado la vegetación natural desde Alaska a la Patagonia y desde las Rocosas hasta la cuenca del Orinoco. También los desiertos del norte de África y la vegetación mediterránea de Sudáfrica. Ha convivido con las comunidades locales, habitado en sus jaimas y shabonos, dormido en chinchorros y pieles de camello, tomado té dulce, comido alimentos sencillos, se ha lavado en las arenas del Sahel, y ha sabido apreciar el conocimiento etnobotánico y el afecto que le han trasmitido los yanomamis y los bereberes. Siempre sin abandonar su objetivo principal: colocar al Jardín valenciano a la cabeza de las instituciones botánicas españolas dedicadas a la conservación de la diversidad vegetal, para hacer de él un lugar del que la Universidad y la sociedad valenciana se pudieran sentir orgullosas. Y lo consiguió.

No siempre fue fácil. La restauración del Jardín progresó de forma razonable. En mayo de 1991 reabrimos el Jardín recuperado. Pero sin el edificio de investigación este centro carecería de oportunidades y de las funciones que le correspondían proyectado hacia el siglo xxi. Fueron trece años largos y difíciles, con una oposición muy fuerte de algunos medios de comunicación valencianos. La Universidad nunca le retiró su apoyo incondicional y él, un magnífico corredor de fondo (fue uno de los primeros socios de la SD Correcaminos, corrió el primer maratón de Valencia y luego muchos más; también ha corrido los de Montreal, Nueva York, hasta cinco veces, y Madrid), supo apretar los dientes. Y lo logró, llegó a la meta. En mayo del 2000 inauguramos el edificio de investigación al que había dedicado tantos esfuerzos personales. Habían merecido la pena.

Manuel Costa ha sido y es un decidido defensor del medio ambiente. En sus primeros trabajos científicos sobre el litoral valenciano, allá por 1978, ya anticipaba lo que podría ocurrir si no se protegía la costa y no se regulaba su urbanización. Lamentablemente, quienes tenían la capacidad no le hicieron caso y el resultado ya lo conocemos: un medio ambiente transformado de modo irracional que sufre con frecuencia las consecuencias de la fuerza de la naturaleza. También el fuego y los incendios recurrentes han sido objeto de su estudio y de sus consejos para minimizarlos: dedicar atención a las formaciones forestales durante el otoño e invierno, mejor que luchar contra el fuego en los días irrespirables de verano. Tampoco en eso ha sido demasiado oído.

Su faceta viajera, desde que salió de su Carcaixent natal hacia Madrid para estudiar Farmacia, lo ha llevado como profesor por las universidades Complutense y de Barcelona o en estancias breves por universidades europeas y americanas. Ha conocido a los botánicos europeos más notables del siglo xx, muchos de ellos sus maestros y compañeros. El jueves pasado pudimos ver la faceta más humana de Manuel. Fue durante un modesto homenaje con el que el Jardín Botánico quiso conmemorar el trigésimo aniversario de su nombramiento como director. Reunió a más de un centenar de personas procedentes de toda España y de capitales europeas. Amigos, compañeros, discípulos, colaboradores, conocidos. Todos quisieron mostrarle afecto y reconocimiento. Costa es una persona querida y respetada porque siempre ha sido leal con la Universidad, con sus amigos y, sobre todo, con sus principios.

Hoy Manuel Costa, Manolo, sigue viniendo a diario al Jardín. Participa en expediciones botánicas, dirige trabajos de investigación de jóvenes estudiantes que sienten pasión por el paisaje y la naturaleza, y opina discretamente sobre la marcha del Botánico y sobre cómo debemos afrontar las decisiones importantes y los nuevos retos. Y así seguirá, al pie del Jardín de la Universidad de Valencia, mientras el cuerpo aguante.

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