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Cultura del mecenazgo

Centro Cultural Bancaja, Bombas Gens, Fundación Chirivella Soriano, Museo de la Seda, La Rambleta, el anunciado CaixaForum en el Ágora y la próxima reconversión del Palau dels Valeriola en espacio cultural, son algunos de los ejemplos de la eclosión de la cultura del mecenazgo en València, unas iniciativas que han ido perdiendo el recelo a la plaza pública para convertirse en auténtico motor para dinamizar la creación artística, todo un síntoma de normalidad urbana.

Cultura del mecenazgo

El primer edificio que buscó el empresario José Luis Soler para albergar su colección de arte se alza en el centro histórico y era del arzobispado. Cuando estaba a punto para firmar la compra, después de arduas negociaciones, el propietario rompió el acuerdo. Gracias a ese desencuentro descubrió la antigua fábrica de Bombas Gens. «El edificio merecía un futuro mejor, y es aquí donde iniciamos nuestro proyecto con el único propósito de compartir, de devolverle a la sociedad parte de lo que nos ha dado. Es nuestro compromiso para una València mejor», dijo Susana Lloret, la directora general de la Fundació Per Amor a l´Art el día de la inauguración del nuevo centro de arte.

Soler es el último mecenas, pero ni el primero, ni el último. Como ha recordado recientemente en estas páginas el presidente de la Real Academia de Bellas Artes, Manuel Muñoz Ibáñez, nunca la burguesía valenciana había invertido tanto en el arte de su época. Y ponía el Museu d´Art Contemporani de Vilafamés, que impulsó Vicente Aguilera Cerni en 1972, como el inicio de la cultura del mecenazgo.

Con la irrupción de Jesús Martínez Guerricabeitia, que donó su colección a la Universitat de València a finales del siglo pasado, se inicia la colaboración público-privada, que tan bien ha funcionado en el mundo del arte, incluso para la eclosión del IVAM, la enseña que está a punto de cumplir su treinta aniversario. Curiosamente, Vicent Todolí que fue el ideólogo del IVAM, es el asesor de la colección de arte de Bombas Gens.

La Fundación Chirivella Soriano fue pionera en mostrar arte contemporáneo en el edificio del siglo XIV del caballero Joan de Valeriola, en Velluters, una combinación única.

Pero la entrada de la Fundación Hortensia Herrero, primero en la restauración de los frescos de la Iglesia de San Nicolás, y después en la restauración del Colegio Mayor de la Seda, ha dado un salto cualitativo en la naturalidad del mecenazgo. «La cultura es el legado más valioso que nos queda», es su lema y tras la exposición de las cabezas esculturales de Manolo Valdés en el lago de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, y la compra de una a través de votación popular para su cesión a la ciudad, el anuncio de la compra del Palau dels Valeriola para un nuevo centro cultural asienta la oferta privada de vocación pública.

Un camino que abrió la Fundación Bancaja, un referente en València gracias a la intensa actividad de su centro cultural y al valor emblemático de su edificio en la plaza de Tetuán. Un espacio con una de las mejores programaciones artísticas y que anuncia un espléndido arranque de curso con las exposiciones de Manolo Valdés, Joaquín Sorolla y Vicente Ortí, un trio de ases para celebrar el décimo aniversario de la remodelación del Centro Cultural Bancaja.

La llegada del CaixaForum en el Ágora incluirá a València en el circuito de las grandes exposiciones, además de dotar al foro con un sello propio, ya que el edificio de Santiago Calatrava tiene previsto convertirse en una sede muy activa.

Todo un brote de infraestructuras culturales a las que se debe incorporar La Rambleta, el centro emergente de Sant Marcel·lí que en tan solo cinco años se ha erigido en imprescindible para entender los nuevos fenómenos de creación urbana. Un proyecto en el que también anda La Fábrica del Hielo en El Cabanyal, donde hay que incluir a las salas de teatro alternativo con Off Escuela de Teatro y Cine y la Sala Ultramar. Siempre con el permiso del centenario Teatro Olympia, un milagro escénico que gestiona la familia Fayos, que además impulsa el festival Tercera Setmana.

Toda una competencia para la iniciativa pública de la que se libran el Palau de la Música, una institución para los melómanos que ha alcanzado su máximo esplendor recién cumplida su primera treintena. Y el Palau de Les Arts que tras dos años de placidez institucional presenta esta temporada una de sus programaciones más ambiciosas.

Por eso la triste despedida del Teatre Escalante de su histórico emplazamiento de la calle Landerer resulta una anécdota, que invita a la necesaria coordinación solvente de los contenedores públicos.

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