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Imaginario cultural

Me entero por Levante-EMV de que, gracias a las gestiones realizadas por Feria València, el famoso Comic Con de San Diego ha decidido celebrar su Salón del Cómic en nuestra ciudad durante la última semana de febrero de 2018. Es una gran noticia, pero no por lo que se pueden imaginar -que también-, sino por algo mucho más profundo. Quiero decir que será una buena movida -un evento, como ahora se dice con estridente anglicismo, es decir, un acontecimiento- que atraerá la atención sobre València y que generará, sin duda, beneficios económicos. Pero no querría que la cosa pasase como un evento más, de esos que tanto le gustaban a los gobiernos de Francisco Camps. Lo de la copa del América y lo de la Fórmula Uno también fueron eventos, solo que carecían totalmente de tradición en nuestra tierra: si Málaga o Tarragona (es un suponer) hubiesen decidido endeudarse como lo hizo la Generalitat, habría habido eventos de la misma importancia en dichas ciudades y habría ocurrido lo mismo que pasó aquí: que cuando se cortó el grifo de la pasta gansa, se acabó el invento.

Lo del cómic es otra cosa. Si alguna ciudad española merece acoger este tipo de feria y puede aspirar legítimamente a convertirse en sede permanente, esta es València. No es preciso recordar los nombres de Sento, Mariscal, Micharmut, Beltrán, Gimeno, Calatayud, Torres o Roca, a los que se alude en el excelente artículo de Joan Carles Martí. Tampoco hay que olvidar a los que no aparecen, como Max Vento o la internacional Ana Miralles -que trabaja para Dargaud y es más conocida en Francia y en EE. UU. que en su pueblo- o un caricaturista de humor negro tan singular como Ortifus. Más allá de los nombres, yo diría que si en algún ámbito de la cultura española puede hablarse de dominio valenciano es en el de los cómics, según ponen de manifiesto las muchas editoriales que surgieron y que -¡ay!- murieron con los fumetti puestos. Bueno, pues sorprendentemente, el personal de por aquí ni sabe ni contesta. Pregunten a cualquier valenciano de la calle de qué podemos sentirnos orgullosos en el aspecto cultural y es seguro que les hablarán de las fallas y de la paella. No digo que no, pero, como antes, hay cosas más importantes. Y no me estoy refiriendo a ningún producto cultural elitista. Los cómics nos gustan a todos, aunque solo unos pocos puedan crearlos. Además reflejan a las mil maravillas la esencia de la cultura popular valenciana, desenfadada, un tanto irreverente y en el fondo profundamente cáustica.

¿Qué ha fallado para que el cómic valenciano carezca de apoyo institucional y para que la gente del común no lo tenga como una de sus referencias inexcusables? No sabría qué decirles, pero lo cierto es que el imaginario de los valores valencianos todavía no lo ha incorporado. La experiencia del maltrato que los sucesivos gobiernos han propinado al teatro -otra de las referencias históricas de la cultura valenciana- debería servirnos de advertencia. No basta con hacer cosas de vez en cuando, es preciso crear lugares estables en los que se garantice la actividad con una frecuencia regular. Siempre sin intentar controlar ideológicamente y sin favorecer a los amiguetes, que es lo que se ha venido haciendo con sospechosa unanimidad por unos y otros. Solo así conseguiremos que el público se lo crea e incorpore el disfrute del cómic y del teatro a sus hábitos de ocio. De lo contrario ya saben lo que nos espera: un rebaño de borregos que van del aparato de televisión al móvil pasando por la terraza del bar. Luego no se quejen cuando los populismos de todo tipo los convierten en tontos útiles para sus intereses inconfesables. Es que, aunque no lo parezca, todo está relacionado y muchas de las desgracias que lamentamos en la política con mayúsculas tienen su origen en la dejadez de la política con minúsculas. A buen entendedor, pocas palabras bastan.

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