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Borges y Bioy Casares dos fabulan juntos

La lectura, por regla general, es lectura silente: la que cada individuo realiza en la intimidad

Borges y Bioy Casares dos fabulan juntos

Un tiempo después de recibir el Premio Cervantes en 1990, Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 15 de septiembre de 1914-Buenos Aires, 8 de marzo de 1999) mantuvo una conversación con Manuel Vicent, que publicó el diario El País. El escritor español, después de dialogar con Bioy sobre todo lo habido y por haber, condujo la charla hacia uno de los asuntos que más interesó al argentino en su vida y en su obra: las mujeres. Vicent, reflexionando en voz alta, dijo algo parecido a esto:

—¿Ha notado usted que con el paso del tiempo uno se vuelve invisible para las mujeres jóvenes?

—Sí, lo he notado -contestó Bioy.

—¿Y desde cuándo tiene usted esa percepción, Adolfo?

Parece que Bioy, que por entonces rondaba los ochenta años, se esforzó durante unos segundos en hacer memoria, y al final respondió:

—He empezado a notarlo hace unos cuantos meses.

Por los biógrafos y los testimonios de muchos amigos cercanos a Bioy Casares sabemos que el escritor, descendiente de conquistadores españoles y nacido en una rica familia de hacendados, se vanaglorió desde muy joven de haberse podido dedicar a diario a las únicas cuatro actividades que le interesaron de verdad en el mundo: hacer el amor, escribir, leer y jugar al tenis. A todas luces, resulta un proyecto de vida envidiable. Su donjuanismo entre mujeres porteñas de todas las edades y condiciones sociales posee caracteres mitológicos. En su madurez, parece que tenía establecido por Buenos Aires un complejo circuito de atenciones corporales a varias docenas de amantes fijas, a las que visitaba con el celo y la diligencia de un meticuloso funcionario.

Su esposa desde 1940, la célebre escritora Silvina Ocampo, hermana de la todavía más célebre Victoria Ocampo, escritora, traductora y legendaria mecenas, formó con Bioy un matrimonio de mutuos consentimientos, cegueras y fidelidades más allá de lo carnal. De sus correrías sentimentales fuera del matrimonio, le nacieron a Bioy dos hijos.

En Villa Ocampo, la casa de Victoria, en donde se celebraban fastuosas reuniones de la más exquisita intelectualidad internacional (por allí pasaron Tagore, Callois, Ortega, Neruda, Camus, Le Corbusier, Saint Exupéry), en 1932, se conocieron Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899-Ginebra, 14 de junio de 1986). Es célebre su amistad, que les llevó a tratarse casi a diario desde entonces, durante muchos años, y a colaborar en distintas travesuras literarias que hoy se cuentan entre las obras más interesantes de la literatura en español de aquella época. Juntos escribieron, con el pseudónimo de Horacio Bustos Dómecq, varios libros de relatos policiales, y juntos (y en compañía de Silvina Ocampo) recopilaron dos colecciones excelentes: la Antología de la literatura fantástica y Cuentos breves y extraordinarios.

Para conocer la hondura de la relación entre Bioy y Borges, de sus complicidades de naturaleza intelectual, de su dialecto privado de alusiones, de sus amores literarios, de su finura espiritual (e incluso de su pedantería jactanciosa), contamos con un libro excepcional: Borges, de Bioy Casares, publicado por Destino en 2006. Se trata de la compilación, al cuidado de Daniel Martino, de los textos sobre Borges, extraídos de los diarios escritos por Bioy, durante más de 50 años, inmediatamente después de haber cenado, paseado o trabajado juntos.

La amistad constituye un extraño artilugio de admiraciones mutuas. Ahora bien, se me ocurren pocos amigos tan diferentes y tan opuestos, en su complicidad, como es el caso de Borges y Bioy. El apuesto Bioy Casares y el poco agraciado Borges. El atlético Bioy Casares y el sedentario Borges. El conquistador Bioy Casares y el desdichado en amores Borges. El locuaz Bioy Casares y el retraído Borges.

Estoy convencido de que Bioy, que fue un excelente escritor, era consciente de que Borges era un genio, uno de esos talentos que aparecen de vez en cuando en la historia, y que dividen una literatura y una lengua literaria en antes y después de dicha aparición. De no ser así, nadie se dedica a transcribir sus recuerdos y sus conversaciones con el amigo durante más de cincuenta años. Las entradas dedicadas a Borges en los diarios de Bioy han dado origen a un volumen de mil setecientas páginas de letra muy pequeña.

Entre los dos, escribieron centenares de páginas memorables (por decirlo con un adjetivo muy borgeano), y también una aventura vital en compañía que nos llena de admiración y asombros.

Cuando fabulo acerca de esta extraña pareja, los imagino a los dos, envidiando en secreto sus respectivos destinos, añorando en secreto la suerte del otro, y también, por qué no, compadeciéndose de manera recíproca.

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