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Efemérides agridulces

Hace unos días Alemania conmemoró con discreción -y casi diría que con sordina- el 500 aniversario de las famosas noventa y cinco tesis que Lutero clavó a martillazos en la puerta de la iglesia del monasterio agustino de Wittenberg el 31 de octubre de 1517. Quiero insistir en lo apagado de la celebración, que contrasta notablemente con los fastos que en Rusia y en otros países han acompañado al recuerdo del centenario de la revolución bolchevique el 7 de noviembre de 1917 en San Petersburgo. Mientras que, tras una misa ecuménica solemne, la canciller Ángela Merkel destacaba la importancia de Lutero en la historia de Alemania junto con las sombras que arroja su actividad proselitista, en Moscú hubo desfiles militares y un desbordado triunfalismo.

No hay duda de que Martín Lutero y Vladimir Ilich (Lenin) son dos figuras que incidieron fuertemente en el curso de la historia de Europa, mas no todo se puede cargar en el haber. Sus planteamientos eran nobles, sin duda. El primero se enfrentaba a una religión que había convertido las creencias en un negocio: la venta de indulgencias, con las que supuestamente se ayudaba a los fieles a mejorar su dotación de buenas obras para superar el trance del purgatorio, era un escándalo, una especie de timo de la estampita. La situación de las clases populares en la Rusia zarista, con los campesinos convertidos en «almas muertas» -recuérdese el título de la obra de Gógol- que los propietarios rurales transmitían en herencia a sus descendientes junto con la tierra, constituía otro escándalo que la revolución que encabezaba Lenin y su consecuente toma de las riendas del país -«todo el poder para los sóviets»- vino a remediar.

Por desgracia, las consecuencias que se siguieron de la aplicación fanática de estas dos ideologías ensombrecen la aportación de ambas figuras y constituyen un pesado debe para su legado. Lutero no quería las guerras de religión que ensangrentaron Europa hasta la paz de Westfalia, aunque el hecho es que sin él seguramente no se habrían producido. Tampoco creo que hubiese aprobado el nazismo, pero sus numerosos escritos antisemitas están en el origen de la ideología que acabó con los crímenes de la Soah. En cuanto a Lenin, es evidente que Stalin tergiversó sus ideas y que los millones de muertos de las purgas y del Gulag no son culpa del fundador del estado soviético, pero sí lo es una ideología que supedita el individuo a la masa y a unas presuntas necesidades de esta que solo conoce el partido constituido en vanguardia del proletariado.

Dicen que la historia siempre ocurre dos veces, primero como tragedia y luego como farsa. En España somos diferentes y hemos comenzado por la farsa directamente. Asistimos estupefactos a la confrontación de dos seudo religiones nacionalistas bastante ridículas, pero yo no me fiaría de esas turbas vestidas de Superman que se manifiestan en Barcelona y en Madrid con banderas a guisa de capa. No dudo de que sus respectivas ideas fundacionales sean nobles, mas también adivinamos lo innoble de muchas de sus secuelas y lo trágico del abismo al que nos están conduciendo. Ya ven lo que pasó con las religiones que fundaron Lutero y Lenin y con la crudelísima cruzada que las enfrentó entre 1939 y 1945 en los campos de Europa. Confiemos en que las nuestras queden relegadas a las peñas futbolísticas que fueron y que nunca debieron dejar de ser. Porque ya que los españoles no conseguimos permanecer inmunes al fanatismo, por lo menos dejémoslo confinado al ámbito de la cultura deportiva, que siempre fue un buen simulacro de otras aficiones partidistas mucho más peligrosas.

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