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Un ejercicio para la razón viviente: nuestra guerra civil

Un ejercicio para la razón viviente: nuestra guerra civil

María Zambrano empezó a escribir de otra manera desde que estuvo en Cuba», notó y observó Fina Marruz, la mujer de Cintio Vitier. Pero era muy difícil entrever o adivinar la razón vital, o sea la razonada experiencia de la vida que la indujo y condujo desde varios instantes de conciencia advenida la cual la llevó a sospechar, a caer en la cuenta, etc. etc., y a escribir... de otra manera. Una experiencia de la vida que se nos aparece y razona en nuestra intimidad, inaccesible y espontáneamente, vitalmente, o sea una razón que se produce como se dan a veces inadvertidamente los inicios del pensar y del querer, del razonar humano.

María se dio cuenta de la situación real en que se encontraron en los años 30, y en especial a partir de la guerra civil, maestros y discípulos, ya solamente por razón de la edad, en aquella fabulosa y comprometida Facultad de Letras. Éstos se encontraban con un quehacer por hacer; aquellos con un quehacer radicalmente cumplido. Los discípulos querían ver a sus maestros cumpliendo con lo pensado y programado, lo enseñado desde la cátedra, pero ejecutado a la manera juvenil de ellos. Querían ver, no sin cierto descaro cuya índole nos llevaría muy lejos analizarla. Cosa que ni físicamente podía ser para un maestro cuya razón vital funcionaba no menos contemplativa y estudiosa que activamente. No se podía ser filósofo a lo poeta Miguel Hernández o a lo juez Olazábal o a lo fundador de partido Azaña.

María cayó en la cuenta de que era también cuestión de generaciones: si ella hubiese tenido la edad madurada de su maestro, hubiera hecho por fuerza y tal vez por deber elemental lo que él; y ahora creía ver o veía que si él hubiera sido el joven de la edad de ella el 36, hubiera hecho, a lo mejor o a lo peor, lo que ella había hecho. Claro que entraron otras consideraciones, por ejemplo, que el 45 o 46 se veía ya que el comunismo soviético no era un «horizonte del liberalismo» y se estaba equivocando ya irremisiblemente Stalin cuando les decía a los intelectuales de izquierda en el congreso de Valencia: «Sed y pareced felices»€, de suerte que la experiencia de la vida en aquellas circunstancias imponía un resistir caminando cuesta arriba de la aristotélica «inteligencia de la vida». Algo propio del momento tiene que hacer cada generación, bien que desde cada persona y su personalidad o historia. María me dijo: «Stalin se equivocó al decirnos eso». Y nos equivocó. O a unos sí, y a otros no.

En la otra parte sucedió lo mismo; hubo por lo visto hombres autorizados por la experiencia de la vida, claro, de qué va a ser si no, con el punto de vista del «sed felices» porque iréis al Cielo. Este intercambio de destinos y de delirios entre maestro y discípulo yo lo he probado también, aunque reconocido sólo con el pasar de la vida, pero tampoco tan tarde que no me haya servido, es decir todavía viviendo y ejerciendo de maestro. «Conciencia advenida» quiere decir que se trata de conciencia no buscada ni fomentada sino que se te produce irremisiblemente incluso a tu pesar, como conciencia objetante u obstante, resistente, crítica€ Y se le produce a todo el mundo bien que a veces en forma de tentaciones o faltas al reglamento. Y las más veces en vano, de momento. Ese trabajo implícito y callado pero in-interrumpido y continuo de nuestra conciencia que ha dado lugar a la monacal operación sistemática del «examen de conciencia»; un trabajo que no cesa y no para de alterar nuestra relación consciente y razonada con lo que estamos haciendo y con la actitud que está en el origen de lo que vamos haciendo, que es un fluir. (Porque la razón viviente significa el traspaso del filosofar a Heráclito, después de dos mil quinientos años de parmenidismo, que diría Ortega. Traspaso que tendrá muchas consecuencias, hasta morales, que diría también el maestro mismo pero a largo plazo y no sin grandes trabajos y sufrimientos de alguna gente honrada).

Y volviendo a María Zambrano y su caso generacional de discrepancia bien dolorosa con su maestro, ya se puede echar de ver cómo las generaciones se han de acabar entendiendo y, así, haciendo de la historia una lección para la vida y no la ocasión y el sistema de acusación y resentimientos, como están haciendo hoy en el año 2017 unos y otros por lo que hace a aquella guerra de mi infancia que tampoco pude yo sentir como la sentía María Zambrano de lo que ella acabó también por darse cuenta con beneficioso respeto a su discípulo. Gentes sustancialmente estáticas, de verdades y posiciones infalibles, que no dejan vivir vitalmente a discípulos e hijos y los encanallan así; gentes que no han llegado siquiera a entender a Aristóteles que sólo concibe la vida en acto de pensamiento porque el acto no es estático, no es estatua, sino instante y hasta pre-sente o ente adelantado. No dejan vivir. Porque la estatua es un reflejo muerto de la vida, no vive, no se mueve. Son dogmáticos de mala manera y sistemáticos de peor manera, cuando el sistema lo es de brincos, porque la mente viva o activa es descubridora y lo que es más: susceptible de ser deslumbrada, de recibir revelaciones, de cambiar hasta de plano, de advertir que se abusa del principio de contradicción que vale según y cómo y el modo de realidad y sus tiempos, que por lo visto se ha de pasar por ahí para llegar allá€

No se trata, luego de años y años, de quitar estatuas o remover embalsamados, de cambiar por cambiar nombres de ciudades o calles€ Se trata de comprender que no comprendimos y no comprendieron. Y no es que «nunca es tarde» porque el pasado sigue ahí, sino que el presente necesita ser tratado de otra manera. Y son los capaces de entender pensando quienes deben abrir caminos a una razón que trabaje para la vida, a favor de la vida. Y luego está eso que está dejando la historia juzgadora, escrita de mano y corazón de hombre: el maestro, a un bando y la discípula al otro. Eternamente separados por el entendimiento parado y paralítico de una tropa social con oposición y prestigio y todo, pero con limitaciones que están ahí operando desde el Paleolítico. Hagan caso de las dudas que «te nacen», de las tentaciones de advertir en ocasiones que habría que «pasarse» y cambiar de manera de escribir y decir.

La vida vale la pena sin matar. (Pero ¿será posible vivir sin matar?). Y hay que ceder, empezando por ceder según generaciones, entendiéndolas, entendiendo por ejemplo las de nuestra guerra civil en dualidad que persiste por los siglos de los siglos en cabezas empedradas. Y no es que todo es igual; precisamente es que todo no es igual pero tiene razón, o a lo mejor sinrazón, de haber sido, pero sinrazón es razón que fue o creyó sinceramente ser razón viviente cuando para nosotros claramente aquello es razón criminal. Y el hombre no tiene la culpa de ser temporal, de estar construido de pasado y futuro. Esa tan lábil estructura de la persona necesita de mucha liberalidad para ser tratada pedagógica, jurídica, psicológica, políticamente€ Sí, pero ¿cómo?

Ahí estamos. Paralizados como estamos por la razón estática según la que pensamos hasta el movimiento como si todo movimiento fuera tecnológico y tecnológicamente tratable€ Se nos come tanta técnica€ ¡Y la que se nos viene encima! Des-fusilicemos, des-decapitemos, des-degollemos€ por lo pronto, descalifiquemos la historia universal tan lamentable como admirable. ¿Había que pasar por ahí para llegar aquí? La hicieron también hombres de buena voluntad, como Tomás Moro, Fray Luis de León, Giordano Bruno€ Acabemos contando la audacia de María Zambrano que se atrevía a borrar la historia dentro y desde dentro de la historia misma.

Cerca de Piazza dei Fiori, en Roma, donde se alza la estatua de Giordano Bruno que le brindó el anticlericalismo más que otra cosa, está la iglesia de San Giovanni decollato (san Juan el degollado -como el lector sabe hay dos santos juanes) donde se enterraba a los ajusticiados de la Justicia humana eclesiástica o civil (relativicemos los adjetivos). Pues€, María se presentó un día al hermano o fraile administrador del templo ofreciendo el pago de una misa por el alma del fraile o hermano Bruno empalado y quemado misericordiosamente vivo un día. El hermano administrador le dijo a María, honradamente, que Bruno no necesitaba una misa porque estaba condenado eternamente al infierno. Italia puede llegar así a desacertar tanto. Y María dejó en manos del fraile y de tal montón de absurdos teológicos e históricos, de la razón histórica, el dinero de la misa, diciendo filosóficamente al fraile literal: «Por eso, por eso».

Puede costar mucho reinterpretar el corazón humano, pero hay que hacerlo para salir del paleolítico de la razón (y la fe) degollante. Se puede, se puede. Y será indispensable que los historiadores expliquen hechos imposibles que, un día, suceden y son viables. Para eso será imprescindible que estudien mucho, pero sobre todo que se escuchen mucho no sólo los unos a los otros, sino cada uno a sí mismo.

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