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Bajo el volcán

Nace bajo el volcán, en la villa de Nola, a los pies del Vesubio. Nunca le abandonará el fuego interior y una naturaleza vehemente en constante ebullición. Del fuego procede y al fuego se consagrará. Ingresa muy joven, cuando la ciudad todavía era española, en el gran convento de los dominicos en Nápoles. Allí encuentra los restos de su admirado Tomás de Aquino. Al poco tiempo abandona el hábito y huye de la «prisión angosta y negra del convento», para asumir una vida errante y aventurada. Se gana el sustento como maestro de escuela, en diversas aldeas del norte de Italia. Se doctora en Teología en Toulouse. Estudia las ideas de Aristóteles sobre el alma y la Docta ignorancia de Nicolás de Cusa, donde aprende que en el infinito coinciden los opuestos. Aspira a reconciliar la religión y la filosofía natural. En su segunda estancia en la Universidad de París, provoca al claustro de profesores con una violenta refutación de Aristóteles. Algo parecido ha hecho en Oxford, ante la «ciénaga de los pedantes», consignada satíricamente en la Cena de las cenizas, uno de los diálogos escritos en su estancia en Inglaterra, probablemente la más fructífera de su carrera. Bruno es impulsivo y provocador (carece de la prudencia de Ficino), no le importa fomentar conflictos, pero sigue al florentino en su querencia por la religión egipcia. Una «religión de la mente» consignada en las obras de Mercurio Trismegisto. El neoplatonismo, el lulismo y el Corpus Hermético serán sus referencias intelectuales. Con ellas pretende expulsar a la bestia triunfante. El universo de Bruno está empapado de vida y es, en sí mismo, un organismo infinito. Las mónadas, y no los átomos (mera muerte y disolución), son los componentes de este ser vivo cósmico.

Tras su periplo europeo, fija su residencia en la liberal Venecia. En mayo de 1592 la Inquisición lo encarcela. Ocho años de prisión y un largo y tortuoso proceso, bien documentado, terminan con la condena por herético, «impenitente, pertinaz y obstinado». Muere en la hoguera del Campo de´ Fiori, despojado de sus ropas y atado a una estaca, con la lengua aferrada a una prensa de madera para que no pudiera articular palabra. El 9 de junio de 1889 una suscripción internacional erige una estatua en el lugar de su muerte. Se exalta su figura como mártir de la libertad de pensamiento. Defensor de Copérnico, algunos historiadores de la ciencia lo han considerado precursor de la Revolución científica. Nada más alejado de la realidad. Bruno fue un mago hermético y su mundo, lleno de vida y divinidad, poco tiene que ver con la frialdad e indiferencia del material cósmico contemporáneo. En este último aspecto radica su actualidad.

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