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De naciones & utilidades

Álvarez Junco destaca como uno de los más equilibrados y lúcidos historiadores de la crítica contemporaneidad española

De naciones & utilidades

El politólogo e historiador José Álvarez Junco replanteó, desde una perspectiva histórico-política, los conceptos esenciales en torno a las ideas de y sobre España y el nacionalismo español en su Mater dolorosa. La idea de España en el siglo xix (Taurus, 2001) con especial atención a las identidades nacionales que rivalizaban (y rivalizan) con ella. Con Dioses útiles. Naciones y nacionalismo (Galaxia Gutenberg) repasa el siglo xx y nos lleva hasta las últimas décadas, actualizando el debate. Su lectura resulta hoy de insoslayable interés con el procés independentista catalán, en primer plano.

El autor perfila en su libro su propia definición (siempre revisable) de nación, amén de las catorce ya existentes. Comenta y examina las más recientes teorías de politólogos e historiadores a la luz de la revolución científica y tecnológica que vivimos. Las primeras páginas son un apasionante recorrido por «viejos» paradigmas, desde los de Hans Kohn que ponía la «soberanía popular» en boca de Rousseau y Herder, a los de Carlton Hayes, K. Deutsch, Kedourie, Renan, Ortega, Gellner; Benedict Anderson y sus «comunidades imaginadas», o Hobsbawm que veía en las naciones «artefactos inventados» con fines políticos, para llegar a Georges L. Mosse y su teoría de la «nacionalización de las masas» que desembocaría en el nazismo€

«En toda Europa -nos dice Álvarez Junco-, se inventaron banderas y fiestas nacionales, himnos patrios, ceremonias y ritos colectivos (€) instituciones culturales que sustituían el adjetivo ´real´ por el de ´nacional´. Solo las entidades políticas que supieron llevar a cabo tal proceso con éxito lograron sobrevivir€».

El mismo proceso que seguirán naciones construidas en territorios recién descolonizados, pobladas por inmigrantes o, ambas cosas; ejemplos sobresalientes son los Estados Unidos de América o Argentina, en los que todavía, a diario, se canta el himno nacional o se jura la bandera en las escuelas primarias. El «nuevo» paradigma introducido por los Partha Chaterjee y Homi Bhabha, supeditaba los aspectos políticos a los «culturales», incluidos los contra-culturales, dando cancha a la formación de nuevas naciones por oposición al «otro», construido como enemigo u ocupante. En estos procesos las filosofías de la deconstrucción y el posestructuralismo, los acentos de la posmodernidad, etc., se acomodan bien a lingüísticas de «difícil comprensión». Breully y Tilly contestaron estos planteamientos. El primero sostuvo que «el nacionalismo es una forma de hacer política» por lo que establece una tipología por objetivos. Nacionalismos: unificadores, separatistas, anticoloniales, modernizadores, etc. Tilly, por su parte, sostiene que el Estado-nación es la fórmula ideal, la que garantiza, desde un poder fuerte y centralizado, el equilibrio nacional más conveniente. Pero el poder y la fuerza acumulados producen contestación, enemigos interiores en las élites políticas, económicas o culturales de minorías periféricas, que reclaman cada vez mayores beneficios en el reparto del pastel nacional o, un «pastel completo» y diferenciado para sí. Tilly no acertó a encajar su teoría general en casos particulares y más complejos, en particular, el de España€

Álvarez Junco usa la historia comparada para revisar la construcción nacional en Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Rusia y Turquía. Encuentra puntos de contacto y diferencias. «El caso turco -nos dice- tiene especial interés para España porque hay al menos un paralelismo inicial entre ellos: la conversión de imperio en nación».

En el caso español muchos de los mitos y y antiguos patrioterismos han persistido en connivencia con nuevas ideas y otros tantos intentos clarificadores de «lo nacional» a lo largo del siglo xx. Superado el pesimismo de finales del xix (el de la Generación del 98) y con otras tantas crisis económicas, nuevas turbulencias políticas y sociales, incluido el aislamiento internacional generado por la no participación en la Gran Guerra (1914-1918), etc., cegaron las vías de modernización del país. En 1917 se vivió la intentona infructuosa de la Huelga General Revolucionaria en su propósito de socavar los débiles cimientos de un régimen monárquico cada vez más corrupto y debilitado, bajo influencia del impacto mundial de la Revolución Rusa. Los desastres militares en el Rif (Annual,1921) acentuaron la sangría humana y económica y sacaron a la luz debilidades sociales y políticas, insuperables, que agravaron la desmoralización del conjunto de la sociedad. ¿De nuevo la imposibilidad de España? ¿De nuevo el fracaso de la nación que se forjó en Cádiz en 1812?

La identidad nacional española no se afirmó como tal -entre otras muchas razones- a falta de un proyecto común, debilidad que aprovecharon los nacionalistas periféricos emergentes para aumentar exigencias económicas, «culturales» y de autogobierno. Los esfuerzos nacionalizadores de corrientes modernizadoras de diverso signo político (desde el liberalismo o el republicanismo al socialismo obrerista, etc.) tropezaban con la sempiterna oposición de la triple alianza. La del trono con el altar y los poderes financieros (de los que a su vez dependen las fuerzas armadas de carácter civil y militar) que tampoco encontraban un modo de implantar su proyecto conservador y autoritario. Ambigüedades y carencias, contradicciones, que la dictadura primorriverista no haría sino prolongar. Políticos e intelectuales se alinearon en dos bandos. Cuando, incluso jóvenes literatos que se «autobautizaron como Generación del 27» llegaron a admitir como «nacionales» elementos del casticismo popular o majismo que habían rechazado los ilustrados, como lo toros (fiesta nacional) y el flamenco (estereotipo andalucista); cuando viajeros extranjeros «descubrían» España como «diferente» y «natural», fue precisamente cuando se iniciaba, entre titubeos, un proceso modernizador de mayor calado. Álvarez Junco resalta que fue este el despegue hacia la modernidad:

«€ el que explica los resultados electorales de abril de 1931 y las tensiones políticas de la década entonces iniciada. Porque era abismal el desfase entre la España de García Lorca, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Rafael Alberti, María Teresa León o Victoria Kent, laica, faldicorta, de cines, cabarets y aeródromos, y la España tradicional, en general provinciana y rural, de párrocos, caciques, arados tirados por mulas y mujeres de negro. Grosso modo es fue la línea divisoria entre quienes votaron a la República el 14 de abril y la defendieron con las armas en 1936 y quienes votaron a la monarquía en 1931 y se sumaron a los sublevados cinco años más tarde.»

Aquella República española del 31, convirtió en estatutarias las reivindicaciones autonómicas de País Vasco y Cataluña pero no logró avanzar en su proyecto reformista ni nacionalizador. La guerra civil primero y la dictadura militar del general Franco, que gestionó la más cruel de las posguerras, arruinaron por completo la posibilidad de una resolución por vía democrática de los conflictos nacionales y de la aceptación de una España moderna como una patria común. La dictadura, sin embargo, aliada con duración, reavivó y potenció «viejas» tradiciones hasta imponer la idea de España que cuadraba con su «estado totalitario», la España «Una, Grande y Libre», amén de la delirante definición de la Patria -según el catecismo falangista- como «unidad de destino en lo universal».

Un libro, nunca mejor dicho, extremadamente útil que no deberíamos, por pereza o desinterés, dejar de leer.

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