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Prohibidme, please

Prohibidme, por favor. Retirad mis artículos y libros del mercado. Secuestrad de forma preventiva la primera edición de mi nueva novela. Declarad mi último poemario levemente inconstitucional (o inconstitucional por completo). Escandalizaos de mis títulos, o de mi sintaxis, que puede considerarse un atentado contra muchas minorías, si no contra todas, por tratar de mantener las repulsivas reglas ortográficas de la no menos repulsiva institución represora de la Real Academia Española de la Lengua. O al contrario, tomadme como adalid de la lucha verbal en favor de la libertades de las minorías oprimidas. Grouchomarxistamente, poseo una serie de principios morales inamovibles, pero, si no resultan útiles a la hora de promocionar mi obra, estaré encantado de modificarlos, también de forma inamovible, por supuesto.

Estoy seguro de que un servidor sería un excelente mártir de la cultura nacional, e internacional incluso. Me veo muy censurable, muy punible, muy condenable. Creo que ya tengo una edad adecuada para que me tomen por un artista iconoclasta multimedia, ya que no sólo practico la caduca disciplina de la literatura, sino que mis creaciones pueden considerarse transversales. Pinto, esculpo, filmo, canto con la palabras, todo a la vez, y mis constructos totalizadores se difunden en las redes sociales.

Qué bien me vendría, digamos, ser el capricho de la causa pensionista, o de la feminista, o de la elegetebeísta. No me importaría firmar todo lo habido y por haber, a partir de mañana, con mi sonoro pseudónimo: El Niño de las Mareas. La verde, la blanca, la roja, la del arco iris. Marzalito de todos. O de Ninguno. ¿A quién hay que ofender en este país para que a uno lo transformen en un fenómeno de ventas? ¿A quién hay que untarle en la tostada la mantequilla de la indignación, para que me conviertan en un maldito con consecuencias inmediatas en las listas de los más vendidos?

Ya tengo compuesto el Himno de Tabarnia (que puede llamarse Himna, si hace al caso). Arranca, con coros wagnerianos, como sigue: Excluidos y excluyentes, catalanes consecuentes/ de la Tabarnia industrial, /nueva patria vieja altiva, /y federal. Con bastante tachín, tachín, y su poco de aserejé, y su pizca de Chumba chumba.

Me veo esplendoroso como el primer poeta en el exilio de la Generación de la Experiencia. Presidente de la Academia Verdadera de la Verdadera Lengua. Elegiría vivir en un pequeño palazzo veneciano, de no más de mil quinientos metros cuadrados, cuyo alquiler se pagaría mediante un crowdfunding de los generosos empresarios editoriales europeos. Sería la Casa del Poeta, la Casa del Traductor, la Casa del Artista Perseguido. La Casa de Todos y Todas. En alguna de las plantas del palazzo, acondicionaría unas literas, para acoger a un selecto grupo de creadores insobornables. Qué mono voy a estar con mi lacito rosa en la solapa del abrigo, dando recitales por plasma, urbi et orbi, mientras viajo en góndola por el Gran Canal.

Paco Marhuenda y Eduardo Inda, me defenderán en la Sexta Noche, mientras Xavier Sardá y Loreto Ochando piden para mí la guillotina. O al revés. El caso es esa quincuagésima edición de mi apabullante Que nos den un poco a todos.

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