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Trece formas de mirar

Trece formas de mirar

Los libros son golpes que uno da o recibe. Son violentos o pacíficos. Te colman o te afectan. Nos dividen o nos suturan. Los buenos libros, incluso, consiguen las dos cosas al mismo tiempo, porque sus golpes no son físicos, sino emocionales e intelectuales. Es más que un viaje de la mano de la ficción. Es más incluso que un descubrimiento, en un momento dado, que nos revela una parte de nosotros mismos. Los malos libros no son capaces, sin embargo, ni de una cosa ni de otra y solo te golpean moralmente, te arañan el tiempo sin premio alguno, te rasgan la paciencia o muerden tu bolsillo. Por suerte, Colum McCann ha sabido, con extrema precisión, derivar un conjunto de textos (una novela corta y tres relatos) en un buen conglomerado de miradas bien soldadas, capaces de golpearte de manera distinta cada una de ellas, pero de darte su estacazo final con su enorme potencia de conjunto. Y este es, sin lugar a dudas, el gran mérito de este libro, titulado, sintomáticamente, Trece formas de mirar.

Colum McCann no es un importante novelista solo por la inestimable cantidad de premios prestigiosos que ha conseguido, sino también porque tiene la curiosa habilidad de seducirte con su fluidez prosística (llevada de la mano, eso sí, por la traductora Marta Alcaraz, con extraordinario acierto); y lo hace sin alardes técnicos, sino con la cuidadosa maestría, tan anglosajona, de la ironía sutil, que traza puentes con la paradoja existencial de mirar al futuro desde la incerteza constante del pasado y sin contar con los avatares y accidentes que uno puede encontrarse en la vida. Más allá incluso de la anécdota de una esa breve novela titulada Trece formas de mirar (y que da título al libro), el lector va descubriendo formas de entender de qué modo la vida nos puede ir golpeando poco a poco, hasta dejarnos rendidos al dolor interior o pena, e incluso, abandonarnos, indefensos, ante la muerte. Y así le ocurre a ese juez octogenario, protagonista de esta novela corta, que se enzarza en el lustre de sí mismo justo en la víspera de su ausencia más absoluta.

En «Dónde estás ¿qué hora es?» nos lleva hasta el umbral de la escritura y de la ficción, mediante dos personajes que se solapan desde un mismo deseo: un escritor y una soldado marine que regresa a casa por Navidad. Todo desde la falsedad del testimonio personal como aventura del existir, pues el yo se enmascara en los éxitos que desea, y no en los fracasos que recibe como única recompensa de aquello que siempre intenta rescatar para sí.

El cuento titulado «Shjol» ya fue reconocido por el Pushcart Prize y fue seleccionada para que formara parte del volumen The Best American Short Stories en 2015. Y con todo merecimiento, sin lugar a dudas: la agonía de una madre, tras perder a su hijo en el mar, no se solo se centra en el dolor de tal pérdida, sino también en el desgarrador sentir de aquel que necesita del lenguaje para darle forma a una ausencia demoledora, que nos culpabiliza constantemente y donde las imágenes no valen más que mil palabras. Tampoco la memoria sabe ya a qué motivos agarrarse para no evadir su compromiso con aquellas personas que se pierden, se extravían de nuestra vida para siempre, muy a pesar de nuestro amor por ellos.

Finalmente con «Tratado», el olvido se convierte en un aliado, mientras que la memoria (aquella que anteriormente buscaba salir a la luz mediante la palabra) se convierte en una trampa de dolor permanente. Si acaso, esa monja, cuyo camino de abstinencia fue provocado por un abuso sexual, no puede borrar esa tristeza de su mirada y más cuando descubre que su violador pertenece a una guerrilla latinoamericana, ofreciéndose en misiones de paz y concordia. Esto nos lleva a la dualidad del golpe: el agitador que se erige como el único en salvarnos del caos. No se trata, pues, de un conflicto, sino de un punto de vista, que gira y se amolda a los intereses de cada cual. Porque cada cual tiene su guerra y su paz y la disfraza de las maneras más insospechadas.

Nada puedo apuntaros de la importancia del número trece en nuestra cultura occidental, pero desde luego, aquí no nos trae mala suerte, ya que este libro, a pesar de su triste augurio, es garantía de éxito de lectura.

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