Quique Martín Navarro, fallecido ayer a los 92 años de edad en Valencia, tenía ganada la inmortalidad desde hacía 62 años, cuando en la final de Copa de 1954 en Chamartín dibujó una de las imágenes más icónicas de la historia del Valencia Club de Fútbol. Nada más derrotar con gran autoridad al Barcelona por 3-0, y mientras los Puchades, Mañó, Pasieguito, Buqué, Seguí y el capitán Monzó se abrían pasó a duras penas entre los aficionados y las tracas que invadían el terreno de juego para intentar llegar al palco, donde Francisco Franco aguardaba para entregarles el trofeo, Quique optó por otra idea. Aupado por un fotógrafo, se encaramó al travesaño de la portería que había mantenido imbatida para contemplar desde esa privilegiada posición toda la apoteosis festiva.

Fue tal la sorpresa que los reporteros gráficos apostados cerca del palco de autoridades para cubrir el ritual del vencedor bajaron al césped, una vez entregada la Copa, para fotografiar el inédito gesto de Quique, en un fútbol que por entonces no entendía de guiños escénicos y en el que los porteros eran tipos que jugaban sin guantes.

Cuenta la leyenda que, a la mañana siguiente, en la protocolaria recepción a los campeones en el palacio de El Pardo, el Caudillo preguntó por «el chico» que le había «robado» a los fotógrafos. Todo partió de una promesa en la previa de la gran final, en la que el Valencia rompió la hegemonía del Barça en la competición, que se prolongaba desde hacía tres años. Quique pidió al entrenador, Jacinto Quincoces, si en caso de victoria podía subir a celebrarlo hasta la última fila del último Anfiteatro del renovado estadio de Chamartín. «Si ganamos, haga lo que quiera», respondió el técnico.

Cuesta encontrar otra final en la que el Valencia, el último gran Valencia conformado casi exclusivamente por jugadores de la casa, se impusiera con tanta exuberancia sobre su rival. Solo la final de la Cartuja de 1999 ante el Atlético resiste la comparación. Fuertes, con un zurdazo a la media vuelta, Badenes tras varios dribblings de Fuertes por la banda y, de nuevo Fuertes, en el minuto 60, sentenciaron la final y dejaron media hora de margen para que Quique meditase cómo iba a quedar enmarcado para la posteridad.

Vallisoletano de nacimiento, Quique comenzó jugando como centrocampista en el Villarreal. Ya consolidado como portero en el Castellón, fichó por el Barcelona. Sin embargo, una grave lesión de rodilla le impidió asentarse en un bloque en el que contaba con la competencia de Ramallets y Velasco. Finalmente, Quique encontró la gloria en un Valencia con la portería huérfana tras la salida de otro mítico como Ignacio Eizaguirre. Al igual que su predecesor, era un guardameta que destacaba por acompañar sus paradas con las primeras «palomitas» y otros destellos efectistas, que hacían las delicias de los aficionados.

Héroe levantinista en 1963

Tras su paso por el Valencia, Quique acabaría recalando en el Levante UD en la temporada 57/58, la de la gran riada del Turia, que anegó el campo de Vallejo. Quique no pudo seguir en la entidad al faltarle solo un partido para renovar de forma automática.

No obstante, tendría una segunda oportunidad como azulgrana, esta vez como entrenador. A finales de 1962, y mientras entrenaba al Torrent, fue reclutado por el Levante UD para formar tándem con Ramón Balaguer para alcanzar el gran anhelo de la historia levantinista: el ascenso a Primera división que se materializaría apenas seis meses después. «Era un reto y acepté. En la segunda vuelta solo perdimos un partido y ganamos la promoción al Deportivo de la Coruña», relataba el propio Quique a Levante-EMV en 1999.

En esa entrevista, Quique recordaba una de las anécdotas de aquella decisiva eliminatoria ante el Deportivo, resuelta en casa por 2-1: «Cuando marcamos el primer gol se hizo una suelta de palomas y a los pocos minutos nos empataron y yo empecé a gritar: ¡Hay que recoger las palomas! Luego, finalmente, ganamos y no pasó nada, porque de no ser así hubiera sido algo ridículo». Balaguer y Quique lograron mantener al Levante UD la siguiente temporada en Primera. Pese a salir del club en la siguiente campaña, la 64-65, el club levantinista acabaría recurriendo a Quique para intentar salvar al club del descenso que acabó produciéndose. Aún continuaría entrenando, saboreando el fútbol como aquella tarde en Chamartín, en los banquillos del Paiporta, Alzira, Pedreguer o Manises.