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Baraja nunca jugó en banda

Baraja nunca jugó en banda

Si llega a saber que el equipo iba a firmar un partido tan desastroso en Tierra Santa, Voro nunca hubiera dicho en la previa del viaje a Málaga que el Valencia se encontraba en el mejor momento de la temporada. Suele pasar con este vestuario, tan acostumbrado a la reincidencia. Los pocos halagos que recibe le sientan fatal. Sucedió hace exactamente un año con una goleada al Eibar que desató la ola mexicana en Mestalla. Después de esa tarde no fue capaz de ganarle a nadie hasta que finalizó la Liga. Un empate (Getafe) y tres derrotas (Villarreal, Real Madrid y Real Sociedad). Claro que, llegados a este punto, tampoco hay que rasgarse las vestiduras. Todos hubiéramos firmado los cuarenta puntos actuales cuando Salvador González asumió el reto de salvar el descenso recién dimitido Cesare Prandelli. En aquel momento, Sporting, Granada y Osasuna eran rivales directos. Los problemas no han desaparecido, pero tienen diferente envergadura. Asegurada la permanencia, el asunto crucial ahora no es otro que acertar con la planificación deportiva del próximo año. Elegir un entrenador capaz de liderar el regreso de la SAD a Europa y remodelar la plantilla sorteando las complicaciones económicas que se derivan de una nueva ausencia en Champions League.

Sería tremendamente injusto cambiar una coma del discurso sobre Voro por el tropiezo en La Rosaleda. Sería de necios cambiar de opinión incluso perdiendo el Valencia todo lo que falta.

El técnico de L´Alcúdia ha realizado un trabajo brillante al frente de un vestuario que hace tres meses deambulaba desnortado por la Liga. Merece todo nuestro respeto y un suculento bonus procedente de la cuenta corriente de Peter Lim. Pero, por muy interino que sea, su gestión del equipo no puede ni debe quedarse sin crítica. Constructiva, por descontado. De todas sus decisiones equivocadas -ninguna grave y, evidentemente, mucho menores que los aciertos- quizá la peor de todas ha sido la de orillar a Carlos Soler en banda. En Málaga volvió a evidenciarse que, tan lejos de su zona de influencia, el «chino» apenas entra en juego. Futbolistas como Orellana o Medrán no se han ganado en el verde tanta consideración por parte del cuerpo técnico. Otra cosa es que Voro, que se mojó abiertamente por la incorporación del chileno, mantenga la confianza en sus prestaciones y quiera darle oportunidades. Pero nunca debería ser a costa de sacrificar o anular las virtudes de Carlos. Escorado a la derecha, recibe menos balones. El grupo pierde su capacidad innata para la organización del juego. Y, sobre todo, las apariciones por dentro desde la segunda línea son inferiores. No tiene ningún sentido que juegue en una posición diferente a la suya, en el vértice más avanzado del trivote.

Son tantas las opiniones autorizadas que auguran a Carlos Soler -y, con él, al Valencia- un futuro esplendoroso que no podemos permitirnos el lujo de ponerle piedras en el camino. Ya llegarán planteamientos y marcajes al hombre de entrenadores rivales para frenarle. Pero no lo hagamos nosotros. No recuerdo a Guardiola, Xavi o Iniesta jugando pegados a la cal en categorías de formación. Tampoco al Pipo Baraja haciendo de extremo en aquel equipo legendario que tumbó al Madrid de los galácticos. Tenemos entre manos un proyecto de futbolista para toda la vida. Voro, que pasará a la historia como el entrenador que se atrevió a hacerle jugar en la élite, es el primero que lo sabe. Que lo ponga en su sitio. Cada minuto en banda de Carlos Soler es un despilfarro de talento.

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