J. T., Valencia

En sus fogones se han cocinado durante décadas los secretos que garantizan la fidelidad del buen comensal mientras se servían en sus mesas las copiosas raciones del buen trato al cliente convertido en amigo. Décadas de exquisita cocina tradicional y buen ambiente que ahora se enfrentan al reto de un traspaso determinado por el difícil relevo generacional. Pedro Cabrera está al frente del conocido Bar Los Caracoles de Valencia desde 1960. Un local donde las tapas y bocadillos tradicionales no se han dejado amedrentar por las modernas combinaciones de ingredientes, ni por los sandwiches, pero que ahora se enfrenta a un futuro incierto.

El Bar los Caracoles abrió sus puertas en 1956 en la plaza Convento de Jerusalén pero ya desde la década de los cuarenta los platos que preparaba Pepe Romero se servían en la plaza Lope de Vega. Llegó un año antes de la riada el cambio de ubicación a el enclave que aún hoy conserva, a escasos metros de la estación del Norte y en 1960 los suegros de Pedro Cabrera se hicieron cargo del negocio. Seis años más tarde tomó el relevo. Y ahora quién ha estado 42 años entre fogones ha decido jubilarse y "la tercera generación" no tomará el testigo. Una situación que ha llevado a Pedro Cabrera y su cuñado, Ernesto Argilés -ambos regentan el negocio- a traspasar el local. Aunque tras varios meses y personas interesadas esperan aún la oferta que les haga decidirse a dejar el que durante décadas ha sido su lugar de trabajo.

Asegura este restaurador que la clave para mantener este complicado negocio es "tener las cosas claras y el sacrificio, porque trabajamos 10 ó 12 horas al día". No es el único secreto desvelado por este clásico de la hostelería ya que asegura además que los clientes deben tener "un buen servicio y calidad" a lo que añade que para fidelizar es necesario "tratar a la gente con cariño y respeto. Todos los clientes son buenos, y el que entra por la puerta es mi amigo", aseveró. De tal manera ha aplicado esta máxima que "la gente me pide que no me jubile porque dicen que no será igual", explica.

Tres generaciones de clientes

Y ese es precisamente el reto que se ha marcado, que "se mantenga" y que al frente se sitúe "un profesional" porque lo que más le apena de traspasar el bar es que "no exista continuidad en el negocio porque hemos pasado toda una vida".De momento, y a la espera de una buena oferta para el traspaso, asegura Pedro Cabrera, que "la satisfacción más grande es el reconocimiento de los empleados y compañeros cuando cumplí 65 años". Eso, y ver entrar "a las terceras generaciones de clientes que venían con sus padres o abuelos" a degustar sus platos.

La estrella de la carta son los caracoles pero los aperitivos no dejan lugar a dudas sobre la importancia del pescado. Sepia, chipirones; gambas o calamares son algunos de los platos más valorados del local. Sin olvidar los clásicos del bocadillos como "blanco y negro", esos que "no se olvidan y prevalecen". Su bar es todo un clásico de la ciudad por los años de andadura y, afirma su propietario, porque "siempre tiene que haber un sitio donde perduren las cosas".

Como espina le queda que en la federación empresarial de hostelería, de la que forman parte, "se nos respeta pero no hemos tenido reconocimiento".