Maria tiene 27 años y estudia Derecho. Roberto es mecánico y tiene 42 años. Antonia tiene 82 y fue modista en sus años mozos. No tienen nada en común; de hecho, hasta podría decirse que son totalmente diferentes. Pero la mirada es la misma cuando se les pregunta por la Mare de Déu dels Desemparats: «Es la perla del Turia». Ayer, ellos tres estaban en la plaza de la Virgen, acompañados de otras decenas de miles de valencianos es una fiesta eminentemente local que se acercaron hasta el centro de la ciudad para vivir en primera persona el «trasllat» de la Virgen de la Basílica a la Catedral. El acto, que comenzó pasadas las 10.30 horas, se desarrolló con total normalidad, al menos con toda la que tiene el que es, quizá, el evento religioso anual más importante de Valencia.

La devoción y el fervor desbordaron ayer los límites de la plaza. Decenas de miles de personas acompañaron a la Virgen en su recorrido por la propia plaza y por la calle del Micalet. Algunas de ellas habían hecho incluso noche en los alrededores de la Catedral la madrugada fue suave pero aún así se pasó frío; se vieron muchas mantas entre quienes durmieron al raso. Pero todo ello se olvidó cuando, precedida de una legión de «eixidors» vestidos de naranja que se empujaban unos a otros para crear un pasillo seguro para la talla, la Mare de Déu dels Desemparats salió al sol de mayo.

La acompañaron, durante todo el trayecto, salves, alabanzas y «vixcas» de los fieles que se congreraron en la plaza. La imagen lució un manto azul, que se convirtió en el trozo de tela más deseado de Valencia durante unos minutos. En la menos de media hora que duró el recorrido de la imagen por la plaza salió de la Basílica, rodeó la fuente y enfiló la calle del Micalet, cientos de valencianos treparon casi de manera literal sobre la apretada barrera de «eixidors». Su objetivo: estar cerca de la patrona y tocar el manto.

Sobre las cabezas de fieles y «escoltas» de la Mare de Déu volaron de mano en mano niños de todas las edades, incluso recién nacidos que surcaban el mar de manos sin dejar de llorar ni un instante. Es una de las tradiciones más arraigadas en el «trasllat».

Prácticamente en volandas, la Virgen realizó su recorrido, durante el cual, en algunos instantes, se escoró bastante por el empuje de los fieles, que no dejaron de vitorearla y lanzarle piropos, aunque en ningún momento llegó a tocar el suelo, como sí ocurrió durante la Semana Santa con varias imágenes de toda España. Del orden que se impuso sobre el caos en el «trasllat» tiene buena parte de la culpa Juan Arturo Devís, presidente de los Seguidores de la Virgen, que la semana pasada ya promovió una reunión para intentar organizar, en la medida de lo posible, el «trasllat» y evitar que la imagen, la Peregrina, sufriera excesivos vaivenes. Al final, en varias ocasiones la Virgen se escoró demasiado, mientras los «eixidors» hacían verdaderos esfuerzos para aguantar la marea viviente de fieles que se lanzaba casi de manera literaral contra el anda y la propia talla de la Mare de Déu. Cuando enfiló al calle del Micalet, en el último tramo antes de entrar en la Catedral por la puerta de los Hierros, el «trasllat» se hizo mucho más llevadero porque las dimensiones de la vía impedían grandes aglomeraciones.

Previamente, cuando las puertas de la Basílica se abrieron tras la «Missa d'Infants», dos ríos de gente entraron a todo correr en el templo. Era el momento de ver a la Virgen mientras la preparaban para salir a la plaza. Algunos de los que entraron en la Basílica habían estado presentes en la «Missa de Descoberta», celebrada a las 5 horas, donde a la Mare de Déu se le recitaron exaltados poemas, lejos del recogimiento habitual en la basílica. «Cualquier momento es bueno para estar cerca de la 'Geperudeta'», decía una mujer, esperando en la cola para acercarse a la talla y representando, sin saberlo, a cientos de miles de valencianos.