Según el Diccionario de la Real Academia Española, la voz «leyenda», en su segunda acepción, significa «relato basado en un hecho o personaje reales, deformado o magnificado por la fantasía o la admiración».

Si nos atenemos a ese significado, hay que reconocer que el Canyamelar es un barrio de Valencia cuajado de leyendas, siendo una de ellas la de su propio nombre.

¿Qué ocurrió „y cuándo„ para que ese primitivo e informe poblado asentado junto a la modesta muralla norte del Grau, que aún en 1422 recibía en la documentación municipal de Valencia el nombre de «Cabanyal», es decir, «agrupación de cabañas o barracas» fuera posteriormente identificado como El Canyamelar y así haya seguido llamándose hasta hoy, quedando el topónimo «Cabanyal», al menos desde el siglo XVIII, reservado al caserío existente entre las acequias de Gas (actualmente calle Mediterrani) y de Los Ángeles (hoy calle Pintor Ferrándis)? De momento, nada se sabe.

Sobre el origen del nombre se han barajado varias hipótesis. Una de ellas es la de que se trata de una corrupción lingüística de «cañaveral» (sitio poblado de cañas). Otra es que deriva de «cañamar» (sitio sembrado de cáñamo). Queda otra que casa a la perfección con el nombre que identifica al barrio: «cañamelar» (plantío de cañas de azúcar).Las dos primeras nos parecen poco sólidas, pues, teniendo en cuenta que la lengua que siempre se ha hablado en los poblados asentados desde la Edad Media en la playa de Valencia, además de la usada en la documentación oficial, ha sido principalmente la valenciana, la voz vernácula correspondiente al castellano «cañaveral» es «canyar». Con respecto al término «cañamar», la correspondencia es «canemar». Como se puede colegir, difícilmente se confundirían aquellos iletrados pero muy espabilados pescadores y marineros de antaño llamando (o aceptando que se otros lo hicieran) «canyamelar» a un «canyar» o a un «canemar».

El origen más verosímil del topónimo Canyamelar lo proporciona Marcos Antonio de Orellana (1731-1813), erudito jurista valenciano, cuando elabora en 1800 la «Memoria sobre el cultivo de la caña dulce y sobre la construcción y uso de los ingenios de azúcar» para la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Valencia, en la cual se lee: «Cerca del Grao de Valencia existe una partida que de antiguo conserva el nombre de el Canyamelar, de que se infiere que toda esta tierra ha dado pruebas de ser apta para dicha cosecha, y que se ocupó con efecto en cañas para la fábrica de azúcar». (Archivo de la RSEAP. Sign. C-33, VI, núm. 4.9. También se puede ver en https://goo.gl/2VjiuR.

Del comentario de Orellana se desprende que el cultivo de la «canyamel» tenía, en aquel poblado junto al mar, una larga trayectoria ya a principios del siglo XIX. No hay que olvidar que en el siglo XV el Consell Municipal de València introduce un cultivo «nuevo» en los alrededores de la ciudad, para lo cual solicitó en 1408 la colaboración del afamado «mestre sucrer» Nicolau de Santafé. La iniciativa debió funcionar pues, décadas después, cuando el médico y astrónomo alemán Jerónimo Münzer visitó Valencia en octubre de 1494 escribió: «Tienen, entre otros mil [frutos], la caña de azúcar, que vi beneficiar en un establecimiento, así como los moldes en que echan la melaza para hacer los pilones, labor trabajosa que ocupaba a buen número de operarios; vimos clarificarla, cocerla, elaborar el azúcar cande, operación que requiere un detenidísimo escogido, y todo ello era para nosotros curiosa novedad. Asimismo, vimos las cañas tal como nacen, gustamos su jugo y me dijo el dueño de la fábrica, hombre honrado y fidedigno, que las tierras de Valencia dan anualmente unas 6.000 cargas».

Con el tiempo, el azúcar americano desplazó al producido en España, no plantándose ya más «canyamel» en las costas valencianas pero, entre el Grau y el Cabanyal hay un testigo que da fe con su nombre de aquel antiguo y legendario cultivo.