Ha comenzado un movimiento para hacer desaparecer diversos recuerdos ciudadanos de épocas anteriores; se han quitado escudos y el nombre de las calles es algo que interesa muy insistentemente. Y a esto nos vamos a referir.

Porque en los últimos setenta años hemos visto reformas en la rotulación viaria que muchas veces no tienen justificación. Nos extraña que se haya traducido en las placas callejeras nombres como «carrer de Terol» o «carrer de Conca»: ¿qué pensarán visitantes de Teruel o de Cuencas al ver así traducidos los nombres de sus ciudades?

Pero, por encima de ideologías, lo esencial es que la rotulación de las calles sirve de orientación a los vecinos, y que cuesta acostumbrarse al nuevo nombre, cuando el anterior ya era habitual. En el comienzo de los años cuarenta -década del anterior siglo- los entonces chiquillos aún oíamos a nuestros mayores que se les escapaban nombres como «calle de Alfredo Calderón», „un antiguo promotor de la Institución Libre de Enseñanza„, cuya rotulación había pasado a ser «calle de Correos»; o a la entonces nueva «plaza del Caudillo» llamarle «plaza de Emilio Castelar»; lo mismo que a los adultos de la segunda mitad de los años setenta y principio de los ochenta nos costó pasar de «plaza del Caudillo» a «País Valenciano» y luego Ayuntamiento.

Sin olvidar que, en muchos casos, eran establecimientos populares los que marcaban la orientación; en la calle del Falangista Esteve, hoy Periodista Azzati, decíamos que la parada del autobús estaba «delante de Noel», y la siguiente, ya en la plaza, «delante de Bello», y si esperábamos a alguien en la esquina de la calle de San Vicente decíamos «junto a los Sótanos» o «en la finca del Porquero».

Cuando comenzó el cambio de rotulación de calles „aún no nos han explicado por qué siguen llamando la de «Barcelonina»„, con el inolvidable humorista Alvaro de Laiglesia, director de La Codorniz estábamos comentando estos cambio, y muy sonriente nos dijo el famoso escritor que eso debería mantenerse, ahora y siempre, los mismos nombres y, en todo caso, variarlos con un adjetivo; es decir, cuando a alguien se le distingue con una avenida o plaza, rotular «el ilustre Fulano de Tal»; y, cuando cambian las circunstancias, mantener el mismo nombre, pero llamándole el «imbécil» o «el indeseable». De esa forma, nos seguiríamos enterando de a qué calle o plaza se refieren.

Por otra parte, sería conveniente no dedicar calles a nadie en vida, pues no sabemos qué puede hacer después. Imaginemos que en Pamplona hubieran querido dedicar una amplia vía al que fue allí Delegado del Gobierno y más tarde Director General, casi Ministro; y que apareciera una esbelta placa: «Avenida de Luis Roldán». ¿Qué hubieran hecho cuando luego pasó lo que pasó?