El triunfo de la ultraderecha en las elecciones regionales celebradas este domingo en Francia estaba cantado y, por desgracia, las encuestas no se han equivocado. El Frente Nacional ha obtenido el mejor resultado de su historia.

Tras los recientes atentados de París, el partido de Marine Le Pen ha sacado rédito electoral de aquel macabro ataque terrorista, que se saldó con la muerte de 130 personas, lanzando un mensaje antiinmigración, antieuropeísta y xenófobo, que ha calado en la sociedad francesa, sobre todo, en las clases populares.

Desde las pasadas elecciones al Parlamento europeo el avance de la ultraderecha es imparable. Pero no solamente en Francia, también ha ocurrido en Austria, Suiza, Grecia o Hungría.

El descalabro de los socialistas franceses debería hacer recapacitar a la izquierda francesa, pero también a la europea para contener el auge de la ultraderecha, a falta de año y medio para las próximas elecciones generales.

El voto fragmentado de la izquierda, que ha concurrido dividida a estas elecciones ha beneficiado, sin duda, al Frente Nacional que ha sabido acaparar el descontento de la ciudadanía con la política económica del presidente Hollande, que poco o nada ha hecho para sacar a Francia de la recesión y de la crisis, pese a sus promesas electorales.

Por su parte, el centro derecha del ex presidente Sarkozy no ha sabido aprovechar el hundimiento de los socialistas, que pasan a ser la tercera fuerza política ni tampoco liderar un discurso para atraer al electorado descontento que, finalmente, ha caído en las garras del Frente Nacional.

Como los franceses son bastante pragmáticos, se habla ya de una posible alianza estratégica entre los Republicanos del ex presidente Sarkozy y los socialistas, para frenar al partido de Marine Le Pen de cara a la segunda vuelta, incluso, no presentando candidaturas en los feudos donde el FN ha arrasado y pidiendo el voto para la fuerza que más opciones tenga para contrarrestar a la extrema derecha. A eso lo llamo pensar con la cabeza y no con el corazón.