Vivimos una ola de anticlericalismo atroz. Vaya por delante que soy católico no practicante, pero respeto profundamente todas las creencias, y no concibo ese afán visceral que tienen los nuevos gobernantes por acabar con las cruces, los belenes, los Reyes Magos y todo lo que suene a catolicismo, una religión que, por cierto, profesa el 70% de la población española.

La última astracanada la ha protagonizado el alcalde de Valencia, Joan Ribó, que es alcalde de la ciudad del Turia pese a no haber ganado las elecciones, rememorando tiempos de la II República, con la visita al balcón del Ayuntamiento de las Reinas Magas, que más que reinas parecían las madrastras de Cenicienta. Y resalto lo del Ayuntamiento porque es una institución municipal que nos representa a todos, seamos católicos, ateos, agnósticos, musulmanes o budistas.

La celebración de los Reyes Magos como festividad tiene su origen en la tradición religiosa, pero es una celebración laica tradicional.

Ese afán de la izquierda por pretender imponer sus criterios de cómo deben celebrarse unas fiestas de raíz cristiana y de cómo deben de participar en ella los niños se llama adoctrinamiento.

Desde la llegada de la izquierda nacionalista y radical a las instituciones hay una persecución obsesiva contra los símbolos religiosos, que a mi modo de ver resulta intolerable, pese a ser España un estado aconfesional y laico, como reconoce la propia Constitución.

Hay que respetar las creencias religiosas de cada cual, sin pretender aniquilarlas. Estamos en plenas fiestas navideñas y es más que razonable, que se monten belenes y que los Reyes Magos vengan de Oriente con regalos para los más peques de la casa. Yo me he educado bajo esas creencias y como yo muchas otras personas de mi generación, que nos revelamos contra esa persecución sistemática y sin venir a cuento, que se está cometiendo contra los símbolos religiosos católicos.