Tras el terrible atentado de Niza, el primer ministro francés, Manuel Valls, dijo que debemos acostumbrarnos a convivir con el terrorismo, al menos, durante varias décadas.

La categórica afirmación del mandatario socialista es preocupante, a la vez que inquietante. Si un país como Francia, que gasta en Defensa 31.400 millones de euros anuales, con un ejército de élite y con unas fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, muy eficientes en lo que fue la lucha contra el terrorismo etarra no es capaz de garantizar la seguridad de sus ciudadanos, mal vamos.

Cierto es que las formas de terrorismo han cambiado y ahora una sola persona que se ha radicalizado en una mezquita o en las redes sociales es capaz de cometer una auténtica carnicería, colocándose un cinturón de explosivos y haciéndolo detonar en un mercado repleto de gente o armándose hasta los dientes con fusiles kalashnikov y abriendo fuego indiscriminadamente entre la población civil. No es posible poner un policía en cada tienda, campo de fútbol, estación de tren o aeropuerto.

El terrorismo se ha convertido en la principal amenaza del siglo XXI. Los países deben reforzar y redoblar sus esfuerzos en seguridad y eso pasa por incrementar los presupuestos en Defensa y no en reducirlos como se ha venido haciendo hasta ahora, pensando que la amenaza exterior había desaparecido.

Me niego a pensar que el terrorismo nos ha ganado la batalla y lo hará si Europa rompe los consensos y gira hacia los extremismos.