Algunos tratan torticeramente de desviar el debate, que no es otro, que la negociación en la sombra de Pedro Sánchez con los independentistas para pactar un acuerdo de Gobierno de espaldas a las bases y al Comité Federal. El no es no a Rajoy era también el no es no a los independentistas hasta que Sánchez por su cuenta y riesgo cambió de opinión, seguramente por su ambición de llegar al poder a cualquier precio, incluido, traicionar los principios de su propio partido.

Al margen de los pésimos resultados electorales cosechados por el PSOE desde que Sánchez es secretario general de los socialistas, corroborados, una vez más, en Galicia y en el País Vasco- eso ya sería suficiente para que hubiese presentado su dimisión de manera irrevocable sin necesidad de montar todo este guirigay- se suma, su deseo personal y el de su ejecutiva, no así el del Comité Federal, que es la máxima autoridad, de buscar un gobierno de progreso y de cambio con Podemos y los independentistas de ERC, la antigua Convergència de Cataluña y el PNV. Porque de otra manera, los números no suman, por muchas vueltas que quieran darle al calcetín. Podemos y PSOE, solos, no suman una mayoría suficiente alternativa al gobierno de Mariano Rajoy.

En democracia gana quien más votos obtiene y lo que ha sucedido estos días en Ferraz, a parte del lamentable espectáculo que han dado, es que la mayoría del Comité Federal se ha impuesto a la tesis que defendía Sánchez y, por esa razón, y no otra, ha dimitido y se ha creado una gestora hasta el próximo Congreso. Y es probable que Sánchez vuelva a presentarse como candidato. Lo cual ya es de locos.

No ha habido ningún golpe de estado ni maniobras políticas por parte de los barones para echarlo del sillón de la secretaria general. Él mismo se ha labrado el camino. Eso sí, ha dejado un partido dividido ideológicamente en dos frentes y eso es lo que, a mi juicio, es realmente preocupante, más allá de las broncas internas que puedan tener sus dirigentes territoriales porque el PSOE siempre ha tenido muy claro la defensa de la unidad de España y los principios constitucionalistas y pactar con los nacionalistas es renunciar a esos principios, consustanciales en un partido de raíz socialdemócrata como es el PSOE.

Los independentistas no darían su apoyo a Sánchez, si no es a cambio de un referéndum de autodeterminación, que también defiende Podemos, su otro socio en ese hipotético gobierno progresista. Un gobierno que más allá de la investidura, iba a tener muy complicada la gobernabilidad del país, como se ha demostrado en los ayuntamientos y CCAA donde gobierna con la izquierda radical. Véase, el ejemplo, de Extremadura o Castilla La Mancha.

Hay una serie de líneas rojas, cada partido tiene la suyas y las del PSOE son muy claras en este sentido que no deben sobrepasarse nunca por mucha ambición de poder que tenga un líder. Y por encima de esa ambición personal deben primar siempre los intereses generales. Una vez se ha demostrado que no es así.

Habida cuenta de lo ocurrido y con un partido en plena escisión y profundamente dividido, lo importante en estos momentos es recomponer la unidad. El PSOE es un partido decisivo en la gobernabilidad de este país. Sus logros en el estado del bienestar y su lucha por las libertades y la igualdad son incuestionables. Los errores de Pedro Sánchez no pueden borrar de un plazo 137 años de historia.