Hace muchos años mi madre me contó una historia acerca de un niño Jesús que fue rescatado durante la guerra por un familiar mío. Mi tío José Luis, Pepín, debía de ser muy pequeño. Era el año 36. Comenzaba el episodio más terrible de la historia de España. Tres largos años de Guerra Civil. Valencia era zona republicana. Los católicos eran perseguidos. Los Conventos y las Iglesias eran incendiados y saqueados. A los curas y a las monjas se les ponía delante de un pelotón de fusilamiento y eran acribillados por las balas republicanas.

La frase que han repetido algunos podemitas "arderéis como en el 36", cuando un grupo de estudiantes y profesores entró en una capilla de la Universidad Complutense de Madrid, despojándose de parte de la ropa que llevaban, y profiriendo toda clase de insultos, por desgracia, es absolutamente cierta.

Mi tío Pepín que por aquel entonces debía tener 6 u 8 años se guardó una pequeña imagen de un niño Jesús. Supongo que la escondería en algún sitio. Quizá, precisamente, porque era pequeño, osado y atrevido, como todos los niños, no pensó en las consecuencias de guardar esa imagen, gracias a ello, la figura no acabó devorada por el fuego o hecha trizas, como tantas obras e imágenes religiosas, que fueron pasto de las llamas. Gracias a aquel heroico gesto, la conservo conmigo y me acompaña todas las noches.

La talla es preciosa. La tengo en mi mesita de noche, junto a una cruz de plata que me regaló por mi primera comunión , un buen amigo de mi infancia, Nacho Cuesta , y que por desgracia ya no está entre nosotros.

Cuando mi madre me contaba emocionada esta historia, no sé por qué pensaba que la imagen era grande. Sin embargo, es pequeña. Mejor que fuera así porque de otra forma no hubiera podido ser rescatada de la barbarie anticlerical. Está hecha en escayola y debe de ser muy antigua, quizá siglo XVIII, aunque el estado de conservación no es muy bueno. Le faltan varios miembros del cuerpo: los brazos y una pierna y mide a penas 9 centímetros.