Esta semana de puente he vuelto a El Bonillo en compañía de mi mujer Dolores. No pegué ojo en toda la noche por los nervios de ir a cazar y eso después se nota porque el cansancio es mala compañera.

Durante el viaje cogimos algo de niebla antes de llegar a Albacete, después ya se despejó y tuvimos un buen trayecto hasta llegar a El Bonillo. Mi mujer Dolores preparó unos deliciosos bocadillos de chorizo ibérico con queso para chuparse los dedos. Esta vez no se nos olvidó coger la bota de vino, que rellenamos con un buen caldo.

Cuando llegamos a El Bonillo nos esperaba puntual, como siempre, Cesáreo. Recogimos el permiso para cazar, que previamente había cumplimentado Kiko y nos fuimos a la finca.

En el camino de entrada a la finca era un espectáculo ver las perdices delante de nosotros, apeonando y cruzándose entre ellas. No le tienen miedo a los coches. Están acostumbradas. Cosa distinta es cuando vas con la escopeta en la mano y a pie. En ese momento saben guardar muy bien las distancias.

Esta vez a diferencia de la jornada anterior cazamos en otro lote, con abundancia de chaparros, retamas y esparteras. Anduvimos un buen rato, sin pegar ni un solo tiro. A pesar de que unos días antes había llovido, el campo sigue muy seco y la caza va muy delante porque nos oye. Si no eres capaz de hacer bien la mano y meter la perdiz en el monte, después de haberlas volado varias veces, tirar a una patirroja en un rastrojo es muy complicado porque no te deja muchas opciones y vuela muy larga. En días con viento es otra cosa porque la perdiz aguanta más.

Empecé la mañana con la Mateo Mendicute, pero solo pude tirar a dos perdices, de las que me colgué una ,pudiendo haber hecho un doblete, pero erré la segunda. A la hora del taco cambié de escopeta y cogí la Pedro Arrizabalaga, que aún no había tenido ocasión de probar, después de recogerla de la armería y hacerle algunos cambios en la culata y en el gatillo. Es algo cerrada, sobre todo, el segundo cañón que tiene 11 décimas, una estrella cerrada, aunque para la perdiz al salto no es una mala opción, teniendo en cuenta la distancia a la que salen en esta época del año y muchos tiros los hacemos a más de 45 metros.

Me hubiera gustado plomearla antes para ver como hace el tiro, si alto o bajo, pero no fue posible, así que, qué mejor ocasión para probarla que un día de caza. Dicho y hecho.

Aunque en este caso, el estreno no fue muy provechoso que digamos, y erré la primera perdiz, que a priori no entrañaba ninguna dificultad. Pero hasta las más fáciles se fallan. Afortunadamente, la cosa mejoró y a continuación abatí un conejo y una perdiz larga a la que le tiré de saque, sin apenas tiempo de apuntarla, que es como se mata la caza. Tampoco es que diera muchas más opciones.

En el cielo, las siluetas de las águilas nos observan mientras cazamos. También ellas están buscando algo que llevarse al buche.

Syrah levantó mucha caza, sacándome de tiro en muchas ocasiones. Se adelanta demasiado, es muy nerviosa y malogra muchas oportunidades. Debe serenarse para que formemos un buen tándem. Aún es joven y tiene mucho tiempo por delante.

Luego me tragué dos seguidas. Una de ellas, la sacó Syra, llegando al coche, de dentro de una mata. Cesáreo contuvo la risa y dijo que él no había visto nada. A lo que yo asentí cabizbajo con la cabeza.

Sobre las dos del mediodía dimos por concluida la jornada cinegética. Cuando salíamos por el camino en dirección a la casa, Césareo nos avisó de las perdices que íbamos a ver. Efectivamente, no se equivocó.

De regreso a casa, paramos como de costumbre en el Restaurante Casa Valencia de Almansa, donde nos prepararon un delicioso arroz seco de bogavante, de los mejores arroces que he probado en mi vida, regado con un excelente Marqués de Cáceres, crianza. El arroz no era del todo seco ni tampoco meloso. Estaba en su punto de cocción. De aperitivo no podía faltar la ensaladilla de sepia y las croquetas de jamón y pollo.