Tres meses de protestas y más de 300 muertos. Este es, hasta el momento de redactar estas líneas, el balance de la brutal represión del régimen totalitario de Daniel Ortega, el líder sandinista que luchó contra Anastasio Somoza para liberar al pueblo centroamericano de la dictadura y la represión, y que 39 años después de la revolución sandinista está siguiendo los mismos pasos que el depuesto dictador.

Los esfuerzos de la comunidad internacional y de la propia Iglesia de Managua, mediadora en este conflicto para que cese la violencia, no han conseguido reconducir la situación que empeora cada día que pasa, con más muertos, con más heridos y con más represión.

Los paramilitares a las órdenes de Ortega han tomado las calles y las principales ciudades, entre ellas Masaya, feudo de la oposición, reprimiendo con dureza el levantamiento popular de estudiantes y trabajadores, que se inició el pasado 18 de abril como protesta contra la reforma al seguro social, el equivalente a las pensiones, que posteriormente fue revocado.

La situación en Nicaragua se asemeja cada vez más a la vecina Venezuela. Ambos países comparten la desintegración de un régimen que ha llevado a sus respectivos países a la miseria más absoluta, en términos políticos; de falta de libertad, en términos económicos, de absoluta penuria y escasez y en términos sociales, de recorte de derechos.

El movimiento popular reclama la salida del poder de Ortega y la convocatoria urgente de elecciones libres y democráticas en el país, que pongan fin al autoritarismo de Daniel Ortega y de todo su gobierno.