Tres municipios de la Comunitat Valenciana han decidido no esperar al próximo 24 de mayo y ya han elegido alcalde. No será oficial hasta ese día, pero los vecinos de estos tres municipios se han reunido en asamblea y han escogido a sus cinco concejales. Se trata de Castellfort, Olocau del Rey y la Mata, tres despoblados núcleos de Els Ports, una comarca que es una especie de Galia que mancha de rojo el mapa azul y en la que la mayoría de alcaldías no son del PP, sino del PSPV.
Son municipios de entre 100 y 250 habitantes, a los que la ley electoral sitúa en un régimen de listas abiertas. Como en los tres municipios no hay partidos políticos, los vecinos han impuesto esta forma de autogestión.
Celebra unas primarias varias semanas antes de las elecciones. Cada votante escoge a cuatro vecinos. Los cinco más votados se convierten en concejales que integrarán la lista del pueblo.
Es en ese momento, tras estas particulares primarias, cuando se inicia un proceso de seducción por parte de los partidos para atraerse a esos regidores sin siglas. La evocación de la novela de Delibes, El disputado voto del señor Cayo, es inevitable. Según recuerda un cargo del PSPV, los concejales electos citan a los representantes de los partidos, incluso el mismo día, para negociar bajo qué paraguas se cobijan. Los elegidos suelen posicionarse a partir de las expectativas de resultados globales por una cuestión de pragmatismo: estar a buenas con quien reparte las subvenciones desde la diputación. El día de las elecciones se vuelve a votar a esos candidatos y se da rango de oficialidad.
En este caso, el PSPV ya se ha hecho con dos alcaldías: la de la Mata, donde los cinco concejales se han comprometido con el PSPV; y la de Olocau del Rey, ya que tres se alinean con el PSPV y dos con el PP. En Castellfort, donde los populares obtuvieron mayoría absoluta en 2011, dos han firmado ahora la adhesión con el PSPV. El PP, salvo sorpresa, conservará esta alcaldía.
Castellfort fue el primero en implantar este mecanismo cuando llegó la democracia. Asumir la vara de mando es más un quebradero de cabeza que una aspiración. Puede ocurrir, incluso, que algún elegido renuncie, con lo que corre la lista.
