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Medio ambiente

Gata protege veinte carrascas al considerarlas árboles monumentales

Las encinas superan los cinco metros y se encuentran ubicadas en la denominada «Caseta de la lepra»

Gata protege veinte carrascas al considerarlas árboles monumentales

La palabra monumental remite a lo grande, a lo ostentoso. Gata presume de árboles espectaculares. El lentisco de la Font de la Mata impresiona. Tiene entre 600 y 800 años y, sí, es un arbusto, que no un árbol. Mientras, el eucalipto centenario de la Rana (lo plantó en 1915 el médico Moratal) supera los 30 metros de altura. En el término municipal, hay un puñado de olivos y algarrobos centenarios. Todos estos árboles están protegidos por la Ley de patrimonio arbóreo de la Comunitat Valenciana.

Pero hay otros árboles más modestos. Quedan fuera de los parámetros que marca la citada ley (350 años de edad, 30 metros de altura de copa o 6 metros de tronco). El Ayuntamiento de Gata también ha protegido ahora esos ejemplares al aprobar el catálogo de árboles monumentales de interés local. Incluye los algarrobos (Ceratonia siliqua) del camí de l´Era de Cirera y de la caseta de Barrera. Ambos rozan los 9 metros de altura y los 5 metros de tronco.

Un catálogo de preservación

El catálogo además preserva las carrascas (una veintena) de la caseta de la lepra. Estas encinas (Quercus ilex), casi todas de unos 5 metros de altura, descubren el gran interés botánico de esta ladera montañosa que está a un paso del casco urbano de Gata, pero separada por el cauce del río Gorgos. Ese lecho pedregosa era hace un siglo un muro de prejuicios como el que se levantó para aislar el sanatorio de Fontilles.

Además de su valor natural, este paraje rocoso y un punto inhóspito esconde una historia. Allí siguen las ruinas del lazareto construido en 1892. Quedan pie sus cuatro paredes. Su destrucción en 1918 fue implacable, a conciencia, delató el miedo infundado que provocaba la enfermedad de la lepra.

El lazareto lo promovió el sacerdote Juan Martínez Blasco, conocido como el «rector leprós», ya que el mismo contrajo la dolencia.

Las espectaculares carrascas y la ahora fragante lavanda dan vida a un paraje que para muchos gateros aún remueve viejos escrúpulos. La caseta de la lepra guarda una historia que se debe recuperar para desterrar los atávicos prejuicios.

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