Rebeca Romero Escrivá, Valencia

Cornell Capa, hermano menor de Robert, declaró en 1979 a la revista francesa Photo lo siguiente: "En 1940, ante el avance de los ejércitos alemanes, mi hermano dio a uno de sus amigos un maletín lleno de negativos y documentos. De camino a Marsella, fueron confiados a un excombatiente de la guerra civil española que debía ocultarla en el sótano de un consulado latinoamericano. La historia termina aquí. El maletín nunca fue encontrado, a pesar de una intensa búsqueda. No obstante, un milagro sigue siendo posible. Si alguien sabe qué fue de este maletín, por favor, póngase en contacto conmigo; se lo agradezco por adelantado".

Dieciséis años después de la petición de Cornell, en 1995, Benjamin Tarver, un historiador y cineasta norteamericano residente en México, visitó en su ciudad una exposición de fotografía organizada por el Queen's College de Nueva York, que le hizo pensar en algo que guardaba en su casa: tres cajas repletas de antiguos negativos que le regaló en 1992 una buena amiga de su madre, Graciela Aguilar. Tarver conocía bien los negativos: los había contemplado innumerables veces e incluso había positivado hojas de contacto y ampliado algunos. Sin embargo, hasta poco después no empezaría a comprender el alcance e importancia de aquella donación y la responsabilidad que traía consigo. El 13 de abril de 1995, Tarver se puso en contacto con el profesor Jerald R. Green, experto en la guerra civil española, para informarle de la colección. Quería saber cuál era la mejor manera de poner a disposición de los estudiosos e investigadores el material que custodiaba. Green reenvió la carta de Tarver a Cornell Capa, lo que dio lugar a un intercambio de correspondencia que se alargó durante once años en el que el ICP negoció de forma fallida la recuperación de los negativos, hasta que, en 2007, Trisha Ziff, una persona ajena al ICP, sin otro interés que el meramente cultural, viajó a México para hablar personalmente con Tarver.

Ziff fue la única persona que finalmente consiguió ganarse su confianza; recobró las cajas de negativos y las llevó personalmente al ICP. Entretanto, Richard Whelan, el biógrafo y mayor entendido en la obra de Capa, había fallecido a finales de 2007 sin saber del tremendo éxito de la recuperación; Cornell murió poco después de haber contemplado la tan ansiada maleta, a principios de 2008. El mundo perdía a los dos grandes estudiosos de la obra de Robert Capa.

A la vista de estos hechos, podríamos decir que el hallazgo de la maleta en 1992 supone una especie de año cero. Hay un antes y un después de Benjamin Tarver, gracias al cual se supo de su existencia. La historia después de Tarver alberga ciertas incógnitas -y polémicas-, puesto que nadie logra entender por qué se tardó tanto tiempo en recuperarla. Sin embargo, los verdaderos enigmas se encuentran en el antes de.

La prehistoria de la maleta

La prehistoria de la maleta comienza en 1941, cuando un general mexicano, Francisco Aguilar González -de joven un revolucionario del ejército de Pancho Villa- que desempeñó el cargo de embajador mexicano en Francia entre 1941 y 1942, adquirió las cajas de negativos. El general fue quien debió de llevarlos a México, hasta que su hija, Graciela Aguilar, una vez fallecido su padre, sin saber el valor de los negativos, se los entregó a Tarver por su conocida afición a la fotografía.

La figura de Aguilar resulta sorprendente no sólo por los dudosos asuntos a los que se dedicó durante su carrera de diplomático -su tren de vida resultaba inexplicable para su salario-, sino por su faceta más comprometida: durante su estancia en Extremo Oriente trató de conseguir armamento para España y, con posterioridad, desde Francia proporcionó más de 3.000 salvoconductos a deportados españoles para exiliarse a México.

Con todo, coincidiendo con la recuperación de los negativos, su imagen se ha visto manchada por la aparición de Los nazis en México, de Juan Alberto Cedillo, una publicación que revela documentos de la Organización de Servicios Estratégicos (OSS), antecedente de la CIA, en la que Aguilar aparece mencionado como criminal de guerra en una lista de colaboracionistas. Cedillo basa su investigación en el documento OP-16-F-7 de la agencia naval norteamericana y en una denuncia de la OSS, en que se sospecha que el general fuera antisemita. Aún así, según el periodista y novelista mexicano Juan Villoro, existen contradicciones: "La gente de inteligencia naval también lo acusa de diversos asuntos durante su misión en Alemania y él nunca estuvo destinado a Alemania". En cualquier caso, si se llegara a corroborar la cara oscura del general, estos datos cambiarían mucho el curso de la prehistoria de la maleta: Aguilar podría haber sido un espía doble, que expolió los negativos en vez de salvaguardarlos.

Los negativos recuperados

Tan irregular como la vida del general Aguilar es la historia de la localización y recuperación de los negativos. Desde que Tarver en 1995 se puso en contacto con el ICP, los especialistas en Capa sabían que estos negativos se hallaban en México. ¿Por qué se demoraron doce años en recuperarlos? Resulta desconcertante que durante todo ese tiempo ni Richard Whelan -el biógrafo de Robert Capa-, ni Imre Shaber -la biógrafa de Taro, que incluso fue una de las primeras personas que se carteó con Tarver-, acudieran a México para hablar personalmente con el custodio de los negativos. Whelan ni siquiera menciona la posibilidad de la existencia de la maleta en la introducción de su obra Robert Capa: the Definitive Collection, publicada en 2001, cuyo título parece no dar lugar a revisiones. En opinión de Villoro, "el atenuante para los biógrafos podría ser que ellos no sabían cuántos negativos había. Ben Tarver nunca les dijo: "¡Hay 3.500!". Tarver es bastante desconfiado. Le preocupaba que los negativos cayeran en manos equivocadas, de gente que quisiera explotar a Capa".

Aún así, siendo Tarver una persona bienintencionada (sin afán de lucro), cuesta entender el porqué de su desconfianza. Villoro lo atribuye al tono legalista que el ICP manejó en la correspondencia. Tarver custodiaba unos negativos que había heredado sin ser pariente consanguíneo de las personas que se los confiaron. "La constante insistencia de la institución en recordarle a Tarver que custodiaba una propiedad que no le correspondía y que debía devolver -la idea de devolver, de restituir, presupone que te has quedado algo que no es tuyo-", junto con el hecho de que los buenos actos de la familia Aguilar se estaban poniendo en entredicho por la publicación del libro de Cedillo, causó en él un efecto paralizante.

Ahora bien, si lo que le preocupaba a Tarver era el buen uso de los negativos, ¿por qué Cornell Capa no tomó las riendas del asunto para ganarse su confianza? Al fin y al cabo, ¿quién mejor que el hermano de Robert, que fundó en Manhattan el ICP para conservar sus negativos, podría salvaguardarlos? En opinión de Villoro, "la falta de energía de Cornell, además de la edad y el cansancio, guarda relación con el hecho de que sondeó a Tarver preguntándole si se encontraba la fotografía del miliciano entre los negativos que tenía. "No, que yo sepa", fue lo que le contestó. Tal vez por eso a Cornell no le pareció tan importante acelerar las negociaciones".

La parte que falta

Muchos investigadores esperaban que la maleta contuviese el negativo de la Muerte de un miliciano en Cerro Muriano (Córdoba) para ayudar a zanjar la controversia que inauguró Philip Knightley con The First Casualty sobre si fue actuada o real y que ha revivido con el reciente estreno del documental valenciano La sombra de un iceberg, de Hugo Doménech y Raúl M. Riebenbahuer, que cuestiona la autenticidad de la toma. Capa defendía la proximidad del fotógrafo a los acontecimientos como una cuestión moral. De ahí que Cornell Capa buscara durante toda su vida el negativo del miliciano abatido, a fin de demostrar que su hermano nunca faltó a la verdad que defendía.

Al respecto, en la última entrevista que mantuvieron Tarver y Villoro, aquél le confesó que en el casillero número dos de una de las cajas del maletín faltaba un rollo. "Una hipótesis detectivesca es que en él se encontraba la secuencia de la Muerte de un miliciano. Podría ser así, porque todo apunta a que las tres cajas forman parte de un proyecto común de la guerra civil española". Es de extrañar que Capa no pensara en incluir la que hoy se considera todo un icono del conflicto español y una de las mejores imágenes del fotoperiodismo. Esto podría deberse a que alguien pretendió quedarse con el negativo para sacarle rendimiento por separado, o bien que el mismo Capa no quiso que estuviera allí porque no le convencía la toma o porque, en efecto, fuese un montaje. Villoro cree bastante improbable la última opción: "Ahora bien, eso forma parte de la mitología de Robert Capa. Él mismo fomentó esas historias. La fotografía no está en la maleta y quizá es mejor que no aparezca nunca porque es extraordinaria e impacta como tantas otras fotografías de guerra en las que no está clara la intervención deliberada del fotógrafo".

El emisario de Vichy

La desaparición del segundo rollo de la caja roja es tan escurridiza como la incógnita de quién fue el mensajero que llevó la maleta a Vi?chy, es decir, la persona que salió de París, aparentemente a petición de Capa, para salvar los negativos, antes de que llegaran a manos del general Aguilar. La única pista que se conserva son las citadas declaraciones de Cornell Capa de 1979, de las que se desprende que fueron dos personas las que trajinaron con la maleta. Esto explica que Robert Capa perdiera el rastro de los negativos.

Algunos medios de comunicación han identificado erróneamente a Emerico Weisz, el laboratorista de Capa en París, como el emisario de Vichy, porque la caligrafía de Weisz coincide con la del interior de las cajas que contenían e identificaban los negativos. Este detalle ha hecho creer que él los clasificó -tal vez siguiendo las directrices de Gerda Taro- e intentó sacarlos del país cuando se exilió a México. Sin embargo, según las investigaciones de Villoro, tuvo que ser otra la persona que llevó los negativos a Vichy, ya que, una vez exiliado en México (adonde llegó, por cierto, siguiendo una ruta diversa a la de Vichy), Weisz vivió relativamente cerca de la casa de Aguilar sin saber que éste los tenía. Dice Villoro: "Ha de ser así porque una de las paradojas de este caso es que los negativos que [Weisz] clasificó y ordenó se encontraban a tan sólo unas cuadras de distancia de donde él vivía".

En este punto sigue sin conocerse la identidad de la persona que entregó a Aguilar los negativos (posiblemente un excombatiente de la guerra civil, sin duda, alguien comprometido con la causa republicana). Lo que sí se sabe es que la maleta la trasladó a México Aguilar en 1942, cuando regresó de su misión en Vichy. "El general, que tenía pocas nociones de arte y no sabía de la importancia de todo aquello, sencillamente olvidaría el asunto". La maleta permaneció arrinconada, exiliada, hasta que Graciela Aguilar, una vez fallecido su padre, la encontró y decidió regalársela al hijo de su mejor amiga. Tarver, al dar a conocer los negativos, ha cerrado el ciclo que Capa abrió en 1940 y ha hecho realidad el milagro de la recuperación en el que había creído su hermano Cornell. Ahora, habremos de esperar a que el ICP publique las imágenes para contemplar lo que algunos expertos han calificado como el santo grial de la fotografía, de tal modo que sea el público quien tenga la última palabra.

negativos clasificados

Una de las tres cajas de negativos halladas, conocidas con el nombre genérico de el maletín mexicano (the mexican suitcase). Como puede verse, cada casillero identifica el rollo de negativos que contiene. La caligrafía corresponde a Emerico Weisz, laboratorista de Capa en París. Probablemente, la organización de los rollos la llevó a cabo según instrucciones de Gerda Taro. Para Juan Villoro, que actualmente trabaja junto con Trisha Ziff en un documental y un guión museográfico sobre el tema, "la idea de que el proyecto se asociara a una maleta proviene de Ziff. Es el símbolo de la travesía, del exiliado, del hombre que empaca los objetos con urgencia y se los lleva a cuestas". Por otro lado, tuvo que existir una maleta que contuviera las tres cajas de negativos. La maleta alberga, además de imágenes del frente y de la retaguardia, retratos hasta ahora desconocidos de la Pasionaria, del lendakari Aguirre, de Alberti con el Quinto Regimiento y de Manuel Azaña homenajeando a Federico García Lorca.

Conservadores de la George Eastman House de Rochester trabajan en la preservación de los negativos; Cynthia Young y Kristen Lubben están al frente del proyecto de digitalización de las fotografías, que se lleva a cabo en el ICP (Manhattan). El objetivo de dicha institución es dar a conocer este año las imágenes y ponerlas a disposición de los investigadores mediante la publicación de un catálogo digital de acceso a través de internet.

hallazgo sorpresa

Envoltorios con negativos de Gerda Taro indican que contienen fotografías de La toma de Brunete, El frente de Córdoba, La vida de Madrid... El hallazgo ha sorprendido, en lo que a Taro se refiere, porque supone casi la mitad de la producción de toda su carrera, especialmente digna de estudio, ya que fue creciendo y definiéndose en paralelo al desarrollo de los acontecimientos en España. En consecuencia, según Villoro, "su dimensión dentro del fotoperiodismo se va a duplicar y resulta lo más importante de estas cajas en lo que toca al impacto de los distintos fotógrafos. Sabremos lo mucho que influyó en Capa. Es muy posible que fuera ella la que hiciera el diseño de los temas que conforman el maletín, en el que se cubren varias zonas: David Seymour va a fotografiar a Lorca, Capa está en Cataluña, Taro cubre el frente de Segovia, asiste también al Congreso Internacional de Intelectuales Frente al Fascismo celebrado en Valencia".

El Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) albergará el próximo verano Gerda Taro, la primera exposición monotemática que se dedica a dicha fotógrafa, y otra, This is war! Robert Capa at Work, consagrada al trabajo como reportero de guerra de Robert Capa. Ambas están organizadas por el ICP y fueron comisariadas en 2007 por Richard Whelan, Irme Shaber y Kristen Lubben antes de la recuperación de los negativos. Todavía no se sabe si el MNAC aprovechará la ocasión para incluir fotografías de la maleta.