Chuleaba Benidorm que en la meca del turismo peninsular no se dormía ni de noche ni de día pero este verano, en la capital de la Costa Blanca, vuelve a hacerse la siesta. El covid-19 ha vuelto hacia atrás el calendario hasta los años en los que las familias españolas (y sus horarios) eran mayoría y ha dejado adormecida la mítica fiesta de la playa de los rascacielos.

La ocupación media de hoteles y apartamentos ronda el 40% y de ese pálido porcentaje, apenas el 29% son extranjeros. Con ese panorama y las crecientes y cambiantes medidas sanitarias, casi todas sus grandes discotecas están cerradas, como también muchos clubs, y el desfase que pueda haber es una fiesta de comunión comparado con el de hace un año.

Teresa tiene veintipocos y viene todos los años desde Madrid. «Bueno, desde Alcalá», puntualiza. Madrileños ocultando su procedencia, lo nunca visto por aquí. Esta vez se ha traído a unas amigas pero tras una primera noche asegura «que Benidorm está irreconocible». «Con lo que ha sido», suspira mientras cuenta que la poca fiesta que hay está en la playa. Nada que ver con años anteriores. Coinciden Miguel y sus tres amigos andaluces. «Hemos venido de rebote que no de rebrote y esto está muy tranquilo, demasiado tranquilo, desfase ninguno», parecen lamentar tras una primera escaramuza nocturna en la noche del jueves.

Al menos, eso refuerza la imagen de turismo popular pero seguro que quiere consolidar con visitas como la de los reyes de hace unos días (helado de turrón para él, nada para ella). Las familias campan por el paseo preocupándose de no extraviar a los hijos pero no de que acaben chafados por excesos etílicos ajenos.

Arranca la tarde del viernes y Penélope esta vacío. Ni un cliente. «Hace un año estarían llenas las dos terrazas, básicamente de ingleses. Ahora, mira cómo está. Hasta allá a las ocho que empiecen a llegar algunos españoles, nada», cuenta un camarero del mítico local. El panorama en toda la zona es parecido. Enfrente, un mar de hamacas vacías y mucha pareja mayor gruñendo por tener que reservar sitio en la arena con una aplicación que no entienden cuando la playa está a media entrada.

Carmen abrió el Copacabana una gran terraza con música en el paseo hace una semana y dice que es «imposible comparar, ni con el año pasado ni con nada, son situaciones incomparables, habría que compararlo con la gripe de 1918». Asume que el ocio está «en el centro de la diana» pero advierte que si cierran ellos, el resto irá detrás «porque es una rueda, si cerramos luego irá el estanco y la zapatería».

El Kai Beach domina el raquítico podio de terrazas playeras pero no llegarán a un centenar los clientes (casi todos británicos), una cuarta parte de los que habría otro año. Cuenta Antonio, su gerente, que las medidas sanitarias de acceso son estrictas pero reconoce que cuando se acumulan las cervezas en las mesas, ya todos sin mascarillas, a alguno hay que recordarle que se ponga la mascarilla para moverse por el local.

Con los vaporizadores funcionando a todo trapo dice que la gente está tranquila («estaremos haciendo un 25% de caja») pero inevitablemente al acecho. «El otro día probaron a abrir dos discotecas y se junto tanta gente que fue la Policía Local a cerrarlas», desliza. Él vive pendiente de si Reino Unido impone cuarentena a los que vuelvan de España. «Si lo hacen estamos perdidos, será una ruina», apunta.

'Rara avis' de Gales

Birra en mano, Emma y Paola vienen de Gales cada año y no han encontrado motivo para no hacerlo. «No tenemos ningún miedo. Hay mucha menos gente pero todas las medidas dan sensación de seguridad. La noche está tranquila, las discotecas y los clubs están cerrados. Se ven muchos más españoles, supongo que porque hay muchos menos británicos pero eso a nosotras nos gusta», apunta Emma. ¿Y si ponen cuarentena? «Entonces.. ¡nos tendríamos que quedar aquí!», ríe divertida, sin ser consciente de ser 'rara avis'.

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