El "rescate" de Cristina: de malvivir 18 años en la calle a un piso social

La mujer, enferma y con 52 años, ha pasado de una fábrica abandonada a cobrar la Renta Valenciana de Inclusión y disponer de una vivienda

El «rescate» de Cristina: de malvivir 18 años en la calle, a un piso social

El «rescate» de Cristina: de malvivir 18 años en la calle, a un piso social

Mónica Ros

Mónica Ros

Sentada en una caja, en un escalón o en el quicio de la ventana, Cristina «pedía» en la calle, cerca de la puerta de un supermercado de la calle de Menéndez y Pelayo. Lo hacía cada día desde que su maltrecho estado de salud le impidiera buscar y vender chatarra, que era a lo que se dedicaba desde que llegara a España desde Rumanía hace 18 años. Pero vivir en la calle pasa factura y la mujer sumaba años. Cuando recorrer la ciudad en busca de chatarra se tornó inviable, se puso a pedir.

Pero Cristina, que así se llama esta mujer valiente, coqueta, extrovertida y habladora, no agachaba la cabeza, ni colocaba un trozo de cartón o un plato ni nada similar dónde dejar caer las monedas. Cristina miraba a la gente a los ojos... y sonreía. Así habla de las amistades que estableció en su día, cuando vivía en una fábrica abandonada en Benimaclet (la Garrofera) y cada día se sentaba frente al supermercado de referencia de una de las calles más transitadas de Pla del Real. Esa fue su vida durante diez años. Tal vez haya quien la recuerde o reconozca. En la calle llevaba más de 18.

Hoy nos recibe en la que es su vivienda desde el pasado verano, tras estar en un programa de atención del Ayuntamiento de València más de dos años, cuando la pandemia la dejó en la más absoluta de las miserias. La mujer ha pasado de ser una persona sin hogar a vivir bajo techo en un pequeño piso en el corazón de Ciutat Vella. Una vivienda real, con lujos impensables para ella como un baño completo o una cocina con sus fogones y sus armarios.

Llegó a València con 34 años. Vivía debajo de un puente. Literalmente. En aquel entonces, en el año 2005, los migrantes pernoctaban bajo el puente 9 d’Octubre, en el cauce del río. Una especie de ONU de miseria donde las personas se agrupaban por nacionalidades. Les tiraron de allí. Pasó por varias infraviviendas -una casa abandona en el parque de Marxalenes, una fábrica en ruinas junto a la Ronda Norte, una habitación alquilada en un bloque de pisos con riesgo de derrumbe, una alquería abandonada junto al parque de Benicalap, una casa ruinosa en el Cabanyal y un cajero junto a la playa- hasta que llegó a una antigua fábrica de leche en Benimaclet. Un lugar conocido como La Garrofera y que ha sido noticia por la muerte de tres temporeros en menos de un año por las malas condiciones de un lugar insalubre y por las enfermedades que acumula quien vive en la calle. Cristina conocía bien a esos temporeros. A los que murieron y a los que siguen habitando aquel lugar inhóspito. Los llama «morenos». Los califica de «muy buena gente».

Ella también acumula dolencias. De hecho enumera las especialidades médicas con las que tiene citas pendiente. La vida en la calle pasa infinitas facturas. Las políticas sociales transforman vidas. Las «rescatan». Ese fue el lema del I Botànic. Y el caso de Cristina es ejemplo. La mujer ha pasado de vivir en una fábrica abandona a cobrar más de 700 euros de la Renta Valenciana de Inclusión (RVI), pagar su alquiler social de 45 euros y sus facturas y a tener lujos inalcanzables para ella como luz eléctrica, ducharse de cuerpo entero (cabeza incluida) o ir de compras.

La Asociación Alanna

Pero no lo ha hecho sola. Imposible que así fuera. La labor de la asociación Alanna -que gestiona un programa del ayuntamiento de València para erradicar la infravivienda- y la de los servicios sociales ha sido fundamental. Por eso, la mujer anima a las familias vulnerables a «dejarse ayudar». «Hay veces que le tenemos miedo a los servicios sociales porque los papeles no están en regla, hay niños... Pero a mí me han salvado la vida. Aún no me creo que estoy aquí, bien vestida, bien alimentada, bien aseada y sin miedo», concluye. Y sonríe.

"Hay un itinerario social. No solo es dinero"

Los Servicios Sociales son los encargados de gestionar la Renta Valenciana de Inclusión (RVI). Por ello, la concejala del Ayuntamiento de València, Isabel Lozano, saca pecho de la gestión llevada a cabo por los equipos municipales porque consiguen cambiar la vida de todas las «Cristinas» de la ciudad y de sus familias. «Hay más de 6.300 familias recibiendo la RVI, lo que implica que hay más de 13.500 personas beneficiarias de esta ayuda que permiten mejorar su calidad de vida y cubrir sus necesidades básicas. Pero lo más importante es que tienen posibilidad de acceder a itinerarios de inserción que permiten mejorar aspectos formativos, laborales, de vivienda, y en otros ámbitos de su vida. Y ahí es importante el programa ‘Pilotem’ y la colaboración de entidades sociales», explica Lozano. M. Ros. València