Un Kennedy bajo las bombas de València

Joe, el hermano mayor de JFK, paso tres días de febrero de 1939 en el ‘Cap i Casal’, siendo testigo de uno de los 442 bombardeos que machacaron la ciudad durante la Guerra Civil

El primogénito de los Kennedy relata en las cartas a su padre y embajador de EE UU en Londres la lucha por la supervivencia de una población exhausta tras 32 meses de contienda

Joseph P. Kennedy Jr., el embajador de EE UU en el Reino Unido, Joseph P. Kennedy Sr. y John F. Kennedy, a su llegada al puerto inglés de Southampton, el 2 Julio de 1938.

Joseph P. Kennedy Jr., el embajador de EE UU en el Reino Unido, Joseph P. Kennedy Sr. y John F. Kennedy, a su llegada al puerto inglés de Southampton, el 2 Julio de 1938. / The John Fitzgerald Kennedy Library

Rafel Montaner

Rafel Montaner

Joe, el mayor de los 9 hermanos Kennedy, se estremeció bajo las bombas en València en febrero de 1939. Con 23 años y recién graduado cum laude en Harvard con una tesis sobre la Guerra Civil española en la que defendía la neutralidad de EE UU, el que estaba llamado a ser el primer católico en llegar a la Casa Blanca se embarcó en un arriesgado viaje en solitario por la España republicana. En su camino hacia Madrid, pasó tres días en València, del 13 al 15 de febrero, siendo testigo de una de las 11 jornadas de bombardeos con que la aviación de Mussolini castigó el Cap i Casal ese penúltimo mes de la contienda.

La Biblioteca y Museo Presidencial de John F. Kennedy de Boston conserva las cartas que Joe remitió desde la ciudad del Túria a su padre, Joseph Kennedy, el entonces embajador de EE UU en Londres. En ellas relata emocionado la lucha por la supervivencia de una población exhausta tras 32 meses de guerra en una ciudad donde, según sus palabras, "en estos momentos la vida es la apuesta más grande que existe".

No en vano la que llegó a ser capital de la II República fue la tercera ciudad más bombardeada de España con 442 ataques, la mayoría de ellos de la Aviazione Legionaria del Duce pero también de la Legión Cóndor de Hitler, que arrojan un balance final de unos 850 muertos (la mayoría mujeres, niños y ancianos), más de 2.800 heridos y cerca de un millar de edificios destruidos.

Gandia, un muelle reducido a escombros

Joe, que viajaba a bordo del contratorpedero HMS Havoc de la Royal Navy, desembarcó el 13 de febrero en el puerto Gandia, que entonces era propiedad británica. Justo un día antes había sido bombardeado. "La destrucción del puerto es igual de mala que el de Barcelona (donde había hecho escala el 12 de febrero tras zarpar de Marsella): hay muchos barcos semihundidos, otros totalmente sumergidos y el muelle es una montaña de escombros", detalla. El Grau de Gandia, que sufrió 34 ataques, fue un objetivo prioritario de los bombarderos al canalizar desde allí el Gobierno republicano la exportación de naranjas.

"El puerto de València es uno de los lugares más devastados que he visto. El daño sufrido no se puede describir"

Joseph P. Kennedy Jr.

— Carta del miércoles 15 de febrero de 1939

Pero, lo que más sobrecoge al intrépido Kennedy es su visita al puerto de València. Llega allí a última hora de la tarde del 14 de febrero, pues le dicen que "es muy arriesgado ir durante el día" por los ataques aéreos. "El puerto de València es uno de los lugares más devastados que he visto. El daño que ha sufrido no se puede describir. No solo hay restos de barcos flotando como los que vi en Barcelona, sino que además toda la parte de la ciudad que rodea al puerto está destruida por completo. Todas las casas en un radio de 800 metros han sido reducidas a escombros", recalca. 

Bombardeo del puerto de València el 10 de septiembre de 1938 realizado por aviones Savoia S-79 del 8 Stormo Bombardamento Veloce Formación de Bombardeo rápido Falchi delle Baleari de la Aviazione Legionaria.

Bombardeo del puerto de València el 10 de septiembre de 1938 realizado por aviones Savoia S-79 del 8 Stormo Bombardamento Veloce Formación de Bombardeo rápido Falchi delle Baleari de la Aviazione Legionaria. / Ufficio Storico Aeronautica Militare/ Edición gráfica de José Aleixandre

"Pobre gente indefensa"

"Permanecer mucho tiempo en este lugar es un plan suicida. Increíblemente aún hay gente que vive aquí, aunque parece una aldea desierta machacada hasta la muerte por las bombas", apunta asombrado. Señala que, quitando de los trabajadores del puerto y los marineros, "difícilmente se ve alguna alma viva". No obstante, se sorprende al encontrarse "con un grupo de ancianas encorvadas, sentadas a la puerta de un refugio". "Me pregunto qué hacen aquí: quizás no tengan dónde ir, o tal vez no les importe lo que les pueda pasar. Pobre gente indefensa", escribe apesadumbrado.

Destrozos ocasionados en el Puerto de València por los cuatro bombardeos que la Aviazione Legionaria realizó el 23 de enero de 1939.

Destrozos ocasionados en el Puerto de València por los cuatro bombardeos que la Aviazione Legionaria realizó el 23 de enero de 1939. / Ufficio Storico Aeronautica Militare/ Edición gráfica de José Aleixandre

Paseando por los barrios próximos al puerto, «donde bombas mal dirigidas pueden caer en cualquier momento», retrata el paisaje dantesco que han dejado los bombardeos italianos: "casi cada 100 metros hay rudimentarios refugios excavados a mano. Son simples túneles bajo montañas de ladrillos que difícilmente ofrecen algo más que una incierta protección contra la metralla". "Sin embargo, la gente sigue viviendo en ellos, sin confort y en perpetuo peligro", lamenta.

Carta del 15 de febrero de 1939 en la que Joe narra a su padre, el embajador de EE UU en Londres, su visita al puerto de València.

Carta del 15 de febrero de 1939 en la que Joe narra a su padre, el embajador de EE UU en Londres, su visita al puerto de València. / The John Fitzgerald Kennedy Library

Niños que le recuerdan a sus hermanos pequeños, Ted y Bobby

A corta distancia del puerto, prosigue, "fuera de la inmediata zona de peligro, todo el mundo parece estar tranquilo y bastante feliz". Sin embargo, le sobrecoge ver a "unos niños, no más grandes que Teddy o Bobby, riéndose y jugando en la calle. Me siento mal. El sonido de las voces de esas criaturas...". A Ted, su hermano más pequeño, le faltaba una semana para cumplir los 7 años, mientras que Robert apenas tenía 13.

Fotografias del puerto de Valencia, a finales de enero de 1939, sobre los destrozos ocasionados por los bombardeos de Mussolini.

Fotografias del puerto de Valencia, a finales de enero de 1939, sobre los destrozos ocasionados por los bombardeos de Mussolini. / Ufficio Storico Aeronautica Militare/ Edición gráfica de José Aleixandre

"La gente empezó a correr"

El día 15, después de desayunar, cuando recorría la ciudad junto al cónsul de EE UU, Woodruff Wallner, cuenta que comenzaron a sonar las sirenas antiaéreas e "inmediatamente la gente empezó a correr y en un minuto todo el mundo desapareció de la plaza principal", en alusión a la plaza del Ayuntamiento, pues el consulado estaba en el número 5 de la calle En Llop según José María Azkárraga, uno de los autores de la guía urbana 'València 1931-1939' editada por la Universitat de València.

Explica que la multitud se escondió en los refugios o en los sótanos de los edificios, aunque nota que "mucha gente es reacia a entrar en los refugios porque no dejan salir hasta que suena el silbido del final del ataque, bastante tiempo después de que los aviones se hayan ido". Por ello "muchos optan por quedarse agachados a las puertas del refugio, prestos a lanzarse dentro si las cosas se ponen feas".

"El ruido de las bombas es terrorífico, causa dolor de oídos, y el edificio tiembla como un tambor"

Joseph P. Kennedy Jr.

— Carta del miércoles 15 de febrero de 1939

Joe, que volvió al consulado con Wallner, relata que "pasaron 10 minutos sin que se oyera nada y la gente empezó a salir de sus escondites, pero de repente empezaron a bombardear el puerto". A pesar de estar a cuatro kilómetros del Grau, detalla que "el ruido era terrorífico y te causaba dolor de oídos, mientras el edificio temblaba como un tambor".

Limpiabotas impasible

«El estrépito duro unos cinco minutos, después el silencio lo inundó todo. Las calles que se habían quedado vacías de forma abrupta, se llenaron de nuevo y pocos minutos después del ataque, València volvía a la normalidad», señala. Hace hincapié en que "unos pocos permanecieron en la plaza durante el bombardeo como si no les importase nada, entre ellos un limpiabotas que no dejó de lustrar zapatos mientras caían las bombas". Una escena que admite que le sumió "en un sentimiento de absoluta impotencia". "Ya no me sorprende que la gente desarrolle un sentido de fatalismo tras pasar por esto día tras día", lamenta.

La miseria cotidiana de la guerra también golpea al hereu de clan Kennedy: "Hay mucha mendicidad en las calles y bastante gente intenta ganarse unas pocas pesetas cantando. Algunos de los mendigos , cuyas enfermedades se supone que les hacen afortunados, venden billetes de lotería".

Recorte de prensa del álbum familiar de los Kennedy sobre la visita de Joe a la España republicana en febrero de 1939.

Recorte de prensa del álbum familiar de los Kennedy sobre la visita de Joe a la España republicana en febrero de 1939. / The John Fitzgerald Kennedy Library

Aunque destaca que la huerta que rodea València y la cercanía a los campos de naranjas, "ha sido de gran ayuda" para que llegue "bastante fruta y hortalizas" , narra que "en las tiendas no hay prácticamente nada que vender excepto muñecas y pañuelos. De la misma manera, muchos de los comercios están cerrados con pesadas rejas de hierro como si guardaran las joyas de la corona, o filetes de ternera y chuletas, que aquí tendrían ahora más valor". 

Colas hasta para comprar cerillas

Añade que el pan "se reparte en pequeñas cantidades", pero dice que no siempre hay. "Hoy, el cónsul me apunta que probablemente no haya reparto de pan, por lo que la gente no tendrá que hacer cola», relata tras ver una larga fila "solo para comprar cerillas" Wallner le cuenta que "hay muchos días en los que cuando la raciones de pan se agotan, la gente hace otra cola para poder comprar lo que se ofrezca ese día". En esta situación, reconoce que para el "es un misterio como logran sobrevivir los famélicos perros que merodean en gran número alrededor de los cubos de basura". No obstante, señala que "la gente no parece infeliz ni desnutrida, a pesar de que el frente está a solo 48 km de distancia".

Joe volvió en el verano de 1939 a España. En la imagen posa con una cámara junto a una mujer con uniforme de la Falange y su amigo el político británico Hugh Fraser, frente a las ruinas de la Ciudad Universitaria de Madrid.

Joe volvió en el verano de 1939 a España. En la imagen posa con una cámara junto a una mujer con uniforme de la Falange y su amigo el político británico Hugh Fraser, frente a las ruinas de la Ciudad Universitaria de Madrid. / The John Fitzgerald Kennedy Library

Entre la multitud que deambula por las calles reina "el desconcierto" ante la inminente derrota. "Casi todos saben que todo está perdido y después de la caída de Barcelona, están listos para tirar la esponja", dice recurriendo al símil pugilístico en el que el entrenador de un boxeador al borde del KO se rinde arrojando la toalla o la esponja antes de que el púgil bese la lona. Seis semanas después, el 29 de marzo, las tropas de Franco entrarán sin disparar ni un solo tiro en una ciudad abandonada a su suerte.