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El dilema de las extraescolares

 Muchas familias disfrutan anticipadamente del inicio del curso escolar, como agua de mayo en años de sequía, porque el verano se hace largo y tortuoso cuando se han de atender a criaturas de corta edad que no se pueden almacenar en vitrinas durante el verano. Sin olvidar que ellas están en su derecho de vivir días sin horarios ni obligaciones, en resumen, a tener vacaciones.

Tras el paréntesis veraniego, muchas familias andan como pollos sin cabeza intentando resolver las monumentales disfunciones horarias existentes entre la población menuda y la población adulta. Es un auténtico puzzle que hay que encajar a martillazos porque los horarios laborales, con sus jornadas partidas, sus turnos, sus guardias o rotaciones tienen poco en común con el horario escolar, que no está diseñado para cubrir los vacíos familiares porque no es esa su función, por mucho que a veces eso complique la crianza.

Es el manido tema de la conciliación, término al que se la va poniendo el apellido de la corresponsabilidad para significar que no es un problema unipersonal que sólo atañe a un miembro de la pareja, sino que son ambas partes las implicadas y responsables del cuidado de los menores a su cargo. Y esa es la intención, faltaría más, aunque sea ciertamente difícil conjugar las necesidades de unos con las obligaciones de otros, por lo que el caos está servido.

Es la hora de las extraescolares porque la tendencia inmediata es buscar la colocación de las criaturas. Sobre todo, cuando no se tienen como antaño familiares con el suficiente grado de abnegación y buen estado de conservación como para afrontar esta responsabilidad. Hace 10 años el último estudio realizado por el Ministerio de Educación dictaminó que el 90% de los alumnos de Primaria ocupaba las tardes después de clase con actividades deportivas, aprendizaje de idiomas, música o baile.

Tanta unanimidad plantea diferentes reflexiones. La primera, ya antigüa, sobre los efectos causados a la población infantil con ese stress formativo, esa saturación de horarios , esa presión para desarrollar actividades dirigidas, que como a todo hijo de vecino, a veces les apetecerán y otras no tanto. Ya se va detectando que una de las carencias de la gente joven es la incapacidad para organizar sus tiempos, para aprender a administrarlos, algo que no aprenden en su infancia cuando sus horarios están pautados por lo menos cinco días a la semana desde que se levantan hasta que se lavan los dientes para irse a la cama y el concepto de tiempo libre es un puro espejismo.

Muy preocupante también, según avisan especialistas en la materia, es la desigualdad que generan las extraescolares, que a veces pueden ser un lujo al alcance de las familias con más recursos que arrincona a los más pobres. Si ya en edades tan tempranas, desde los 6 a los 12 años, hay quienes reciben refuerzo, amplían conocimientos, consolidan técnicas…se están gestando ya futuros diferentes. De ahí la importancia de una oferta de extraescolares pública, asequible y de calidad.

En todo caso, se debería ir pensando en soluciones que dieran tiempo de respiro a los menores, rechazando la prolongación de sus horas “lectivas” y apostando por la reducción de los tiempos de trabajo de los adultos. Algo que por supuesto no depende de la voluntad de quienes viven a costa del sudor de sus frentes y tienen poca voz y ningún voto en la organización del mundo laboral. Aunque van surgiendo, tímidas pero consistentes propuestas e iniciativas que apoyan la racionalidad de los horarios y la disminución de la jornada laboral. Y por ahí se abre un fecundo camino a recorrer.

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