Hace algunos años, un amigo me trajo un llavero del Manchester City tras un viaje a Inglaterra. Siempre me ha caído simpático el equipo, así que decidí usar ese llavero sí o sí. Fue a parar a las llaves del apartamento en Benicàssim. Acabó siendo la mejor decisión.

Ese llavero ha abierto más puertas que las llaves que lleva pegadas a él. Sobre todo en el FIB, y más concretamente en ese proceso místico y casi religioso que nació en Manchester, fue propagándose por todas las islas británicas y acabó siendo exportado a Europa en conciertos, festivales y otras fiestas del beber. El rito comienza, generalmente, minutos antes de una actuación, cuando la multitud está bañada en cerveza y con ganas de demostrarlo. El maestro de ceremonias -el más borracho- agita los brazos como si estuviera conduciendo un camión de gran tonelaje a la vez que grita: «Yayá, Yayá, Yayá, Yayá, Touré; Kolo, Kolo, Kolo, Kolo, Touré», en honor a los hermanos futbolistas. Y entonces el FIB se descontrola.

En esos momentos, para estrechar lazos interculturales, yo saco mi llaverito del City del bolsillo y lo muestro en medio del corro. Lo que no sabía es que no solo lo cantan los hinchas citizens y una vez me tocó salir corriendo por enseñárselo al aficionado equivocado.

Esto pasa de noche; cuando es de día es más fácil saber a quién no decir o enseñar ciertas cosas. ¿Por la ausencia de alcohol? Ni de coña; por las camisetas. Aunque la ropa de baloncesto esté ganando terreno, en el FIB nunca faltan zamarras de la Premier en el armario del fiber típico. He llegado a ver cosas de auténtico infrafootball pero las clásicas siempre acaban ganando: Manchester United, Manchester City, Chelsea, Arsenal, Liverpool? Este año, no obstante, tengo ganas de vivir en primera persona el fenómeno Leicester, ayer ya vi una del sorprendente campeón inglés. Me pongo en la piel de ese obstinado aficionado de las Midlands, acudiendo religiosamente cada año al FIB con la camiseta de su equipo y aguantando las mofas de cualquier otro british mamado. Soñando con que algún día llegara su momento. El momento ha llegado. Puede presumir de campeonato.

Entre las camisetas de la fauna futbolera del festival nunca falla la del Castellón, la albinegra, año tras año, edición tras edición. Hay años en el FIB en los que se puede conseguir lo que uno quiera llevando la camiseta adecuada. Como en 2008, tras el gol de Torres en la final de la Eurocopa, cuando llegaron decenas de ingleses con su camiseta, tratando de gustar a los locales. O como en 2010, pocos días después de que España ganara el Mundial. Hubo guiris que volvieron a observar la oportunidad. Algunos llevaban la camiseta de España; otros, ni eso, les bastaba con recordar en cada esquina al autor de aquel gol histórico para ratear. «Iniesta, birra; Iniesta, tabaco; Iniesta, sexo; Iniesta, hostia». Alguna se llevarían, que se pusieron muy pesados. A ese precio no sé yo si quiero ganar otro Mundial. Al menos por ahora.

Con camiseta o no, quien se lleva el premio de mejor embajador del fútbol en el FIB es, sin duda, Gaizka Mendieta. El ex del Castellón y Valencia ha venido como jugador, como veterano, como DJ (esa noche el recinto se pobló de camisetas futbolísticas de Mendieta) y hasta como guitarra de Los Planetas en Un Buen Día. Al menos, Mendieta no es el típico artista buenrollista que se viste con la camiseta del equipo de la ciudad para ganarse a la masa desde el comienzo, en plan Maná.

El FIB andaba huérfano de esas estampas hasta el jueves. Durante la actuación de Major Lazer, el escenario se llenó de camisetas amarillas del Villarreal, nuevo patrocinador de la cita. Poco antes, durante el concierto sorpresa de Hinds, un intrépido joven subió al escenario de espontáneo portando la camiseta del Deportivo de la Coruña, la de Feiraco, la del Superdepor de Arsenio Iglesias, con el dos en la espalda. Cuando esa camiseta se fabricó, pocos de los presentes, ni siquiera el propio FIB, habían nacido.