Ver actuar a Macarena Ramírez produce la satisfacción de entender que el flamenco es un espectáculo total, con una rotundidad a la altura de muy pocos. En él se aprecia el sentimiento del artista de una manera tan trasparente como si se viera a través de un vaso de cristal, como si se tratara de una autopsia cóncava, cavernosa, encima de las tablas. Pero muchas veces no es así.

Porque la belleza más ilegible de un cante profundo es la más visible en el baile de la joven de Chiclana. Así lo demostró el viernes por la noche en un Auditori de Torrent que agotó todas las entradas para presenciar su espectáculo “8 Letras, 8 Palos”.

La artista volcánica que enamoró a Lola Índigo en The Dancer rejuvenece tan y tantos sacrosantos dogmas del baile flamenco encima del escenario, pero con la memoria de los de siempre. Porque su talento bulle joven, pero con los pretéritos clásicos, estudiados e interiorizados desde los 6 años en Jerez con María del Mar Moreno en varias peñas flamencas.

Su baile es un leguaje rezumante de belleza que viaja directo al alma. Con la valentía y el poderío de surcar el ávido oleaje de las malagueñas, los tientos y las seguiriyas que interpretó para hacer una obra redonda, diferente. Porque ella es en sí mismo un enjambre sísmico, una encrucijada corporal, una lluvia de arte embalsamada que no dejó de bailar en una hora y media de espectáculo.

La farruca inicial, bailada con un pantalón, atrapó como si en el taconeo de su zapato retuviera las sonoridades del esfuerzo de toda su carrera. Con tan solo 28 años, esta joven de Chiclana tiene una madurez en su forma de expresar impropia de su edad. Porque tuvo la capacidad de atarse un zapato y recoger un pendiente en medio de un baile, y todo hecho la voluntad de agradar y sin perder la compostura.

Los cuatro ternos que vistió, especialmente el segundo verde esperanza, y los dos mantones de manila reforzaron la puesta en escena. La actuación tuvo tanta nitidez que incluso se quedó en enaguas delante del público para cambiarse de vestido.

Las bulerías finales marcaron la diferencia porque desperezó sus piernas con grávido garbo, elasticidad pausada y una fortaleza ensimismada. Con su pisada bamboleante, musical, espaciosa acabó de enamorar a una parroquia que se puso de pie en los compases finales, cuando bailó con el cante a capela.

Al cante estuvieron Pilar De la Gineta e Ismael De la Rosa "El Bola" y a la guitarra, Juan José Alba. Y la bailaora brilló con luz propia entre ellos. El flamenco, gracias a artistas como Macarena, renace con la fortaleza y el optimismo que tiene su juventud.