Arcángel, que tiene apellido de santo, es un cantaor que recoge su experiencia histórica como niño prodigio, cuando salía a cantar al rellano de la escalera de su casa, y la convierte, por vía poética, en una sensación casi metafísica, muy profunda.

"El flamenco es cultura y se defiende solo", anunció ayer cuando saludó al público valenciano en el teatro Martin i Soler del Palau de Les Arts. Pues bien, con artistas como Francisco José -su nombre de pila- el flamenco está más vivo que nunca. "En los momentos de máxima dificultad como estos solo nos queda el consuelo del arte", apostilló de manera premonitoria.

Su cante es un idioma casi siempre vivo, permanentemente aéreo y profundo, admirablemente seguro y fino. Su flamenco es un lenguaje con ese estilo único para penetrar en la realidad, para superarla y tornarla casi mitológica. O por lo menos para congelarla en la mente de los aficionados presentes. Porque el vendaval del paso del tiempo no atiza la esencia del buen flamenco.

Con asombrosa y extraordinaria maestría, el cantaor onubense se destapó como un artista renovador del arte flamenco gracias a su promisoria presencia de talento, potenciada de joven en la compañía de Mario Maya y en la de Cristina Hoyos.

Les Arts, con unas 300 personas, vibró con la voz afinadísima, de exquisita entonación, seductora, perfumada y evocadora del artista onubense. Su dulce palabra, melosa como la miel, te lleva a entender que el flamenco es también es un ejercicio espiritual. Arcángel canta como un ángel porque en su expresión vive, palpita, la historia viva del cante.

Este Grammy Latino, al descender a su interior, descubre su origen, el origen del hombre como flamenco, y reconoce las fuerzas anteriores a su propia existencia humana porque se acordó de Camarón de la Isla en varias letras. "De los buenos manantiales nacen los buenos ríos", cantó acordándose del mismo mito de San Fernando como si esa noche redescubriera el manantial lírico, profético, de su cante. Le acompañaron Salvador Gutiérrez a la guitarra, que interpretó un solo de seguiriya delicioso, y los hermanos Álvaro y Fernando Gamero a las palmas, jóvenes y sentidos.

Una cristalización perfumada, creativa y evocadora produjo un estremecimiento más hondo que la pasión en los fandangos finales con el compás de Huelva, auténticos de su raíz. Allí nació y allí se maceró como cantaor. Y se notó porque en esos compases postreros se mostró más suelto, más libre, más auténtico. "¡Viva Huelva!" le gritó una voz desde el público al terminar.

Abrió el concierto con la letra de "La leyenda del tiempo" de Camarón de la Isla, pero a su estilo, y le siguieron bulerías y tangos en más de 20 minutos de primer acto. También hubo bulerías por soleá y tarantos después y en todos los palos se mostró con esa madurez única que aporta el poso de los años. Esa escama sensitiva fue de menos a más, como son los verdaderos enamoramientos.