Manuel Vilas (Barbastro, 1962) entró este miércoles a Villa Amparo, la casa de Rocafort en la que Antonio Machado vivió un año y medio durante la Guerra Civil, impactado por su diseño modernista, donde predominan los azulejos en el suelo, techos altos y tiene vistas a la sierra y la huerta valenciana.

Quizá, el propio Machado, debido a los tiempos tan convulsos que allí dentro pasó, tuvo que sentir la sensación del 'carpe diem', el símbolo urgente del vitalismo que brutalmente rige el pensamiento de Manuel Vilas: "Su traducción es: Coge el día, confía lo mínimo en el futuro", aseguró el poeta durante una conversación con el periodista y editor Manolo Gil.

Y es que cada poema del escritor aragonés es un tanganazo monumental de vida plena, fascinante y vertiginosa. Sus letras calman la sed de la existencia a través de una vuelta por su mundo. A través de una gran calada de poesía nacida de la memoria de sus experiencias, como unas fogonazos líquidos que conservan su esencia, esa que nos permite comprender quiénes somos verdaderamente. Se trata de una literatura fluida que se preocupa por el valor y la intención de las palabras.

Versos que proponen una viaje de lo propio a lo común, de la infancia, de la adolescencia, de la juventud, del amor y el deseo, de la decepción y de la muerte porque "no hay otra vida". "Actualmente, todo es reemplazable porque si se rompe el móvil, el coche o los zapatos, puedes comprarte otros cualquiera, pero si acudimos a un hospital y nos dicen que tenemos una enfermedad terminal, no podemos comprar otra", manifestó durante la presentación de su antología Una sola vida, publicada por el sello editorial Lumen.

Porque todo en la obra de Manuel Vilas pretende sacar a flote, a través de su propia tensión comunicativa, su instinto de supervivencia. Una intención que entendemos por escritura autobiográfica, también por escritura automática. Las asociaciones de palabras y el estallido instintivo de imágenes obedecen al subconsciente porque su objetivo es "exaltar la vida. Vivir es una elección, los actos de duda son propios de la inmadurez".

De entrada, se confesó "un catedrático de Lou Reed" desde que a los doce años se compró el Rock and roll animal porque a él le hubiese gustado ser cantante de rock antes que escritor: "Soy un trabajador de la literatura en todas sus vertientes".

El acto terminó con la lectura de varios poemas, entre los que se encontraron HU-4091-L, Amor, Mujeres, Ejército coronado de alegría, Bernini y Borromini, Inmadurez, 974310439 y Capitalismo. Todos ellos chorreaban vitalidad creadora. La misma que tuvo Antonio Machado en Rocafort. Dos cultivadores de una escritura que suministran a la realidad su versión más vitalista, más quimérica y más extraordinaria.